En estos tiempos de mangoneos mediáticos, donde la realidad es distorsionada en forma sistemática por manipulaciones de la información, en un mundo de imágenes donde es muy difícil discernir si son veraces o no, si retrocedemos al pasado y nos detenemos en la España dominada por el Emperador Bonaparte, podremos apreciar una original historia de la que fue testigo y agudo observador Manuel Belgrano.
Como sabemos, Napoleón en el año 1808, luego de invadir España y deponer a los decadentes Borbones, Carlos IV y Fernando VII, dispuso que la corona pasase a la testa de su hermano mayor José Bonaparte (foto encabezamiento), el cual inició su reinado el 7 de julio de dicho año. Llegó a Madrid, cuando esta ya había sido dominada a sangre y fuego por las tropas galas reforzadas por la caballería de los mamelucos egipcios inolvidables por su accionar sanguinario. Unas de las demostraciones de su brutalidad, las llevaron a cabo sobre la población de Madrid sublevada contra los invasores el 2 de mayo de 1808.
Se suele afirmar y esto para muchos constituye una verdad indiscutible, sobre todo en España, que el rey José I, tal el nombre del monarca que nos ocupa, fue un sujeto maleable en las poderosas manos de su hermano el emperador francés y para colmo de males, un depresivo dependiente del alcohol.
Pues bien, muy lejos está la realidad de José I de la leyenda que comentamos.
José fue un político acabadamente formado y un hombre de gran cultura. Gran Maestro de la Logia Masónica del Gran Oriente de Francia, además fundó la Gran Logia Nacional de España y también, la Logia Gran Oriente de Italia, porque simultáneamente era Rey de Nápoles. Hizo mucho por difundir la masonería.
Su imposición como monarca, no fue óbice para que muchos españoles de formación liberal, simpatizantes de los principios de la Revolución Francesa, se sumaran al gobierno que encabezaba, los que fueron llamados afrancesados. Se sabe, por investigaciones y enjundiosos trabajos históricos sobre el reinado josefino, que la gran contra que tuvo que sobrellevar, fueron los precios que debió pagar por solidaridad con su hermano emperador. Mientras intentaba gobernar lo más coherentemente posible, de acuerdo a sus principios liberales, realizando reformas tales como la supresión del Tribunal de la Inquisición, procurar la libertad de imprenta, laicizar la educación, quitar a la iglesia los registros del nacimiento de personas, establecer el matrimonio civil, por otra parte, el territorio norte de España era controlado militar y económicamente por los generales de Napoleón, los que a su vez, se encargaban de cobrar los impuestos en dichos territorios y su producido enviarlo a París.
José estableció como constitución para el reino de España, la Carta de Bayona. En dicha constitución de carácter eminentemente progresista, entre sus principios contemplaba los siguientes derechos y garantías para las personas: En un último título se aprecian -disposiciones generales - una serie de derechos y libertades. La influencia de la Revolución francesa fue importante, evidenciándose en la regulación de típicos derechos de los inicios del liberalismo burgués, lo que suponía un notable avance respecto a la situación existente: supresión de aduanas interiores, libertad de imprenta, inviolabilidad del domicilio, libertad personal, derechos del detenido y del preso y abolición del tormento, tanto físico como moral.
José fue rodeado por una élite intelectual y liberal, si bien con vocación progresista y transformadora, a la vez con mala lectura de la realidad política.
El pueblo peninsular siempre vio a José como un rey invasor, intruso e ilegítimo. Tenían claro que la fuerza de su gobierno descansaba en las armas de Napoleón, como claramente lo evidenciaban la presencia de las tropas francesas en el territorio hispánico.
Popularmente se lo bautizó como “Pepe Botella”, asignándole una dependencia con el alcohol, cosa que se sabe, no existió en ningún momento. Pero también lo llamaron despectivamente “El Rey Plazuelas”, por las importantes reformas urbanísticas que introdujo en Madrid, creando numerosos espacios verdes, no menores, como por ejemplo, la Plaza de Oriente frente al Palacio Real.
Los españoles que lo apoyaban y que formaban parte del gobierno josefino, fueron descalificados como colaboracionistas y traicioneros.
Finalmente, las necesidades de recursos para mantener las campañas militares del emperador Francés, terminaron por convertir a España en un estado tributario y sometido a Francia, cuestión que generó indignación en la población española.
José advirtió claramente la situación política y el error que se cometía con España, que por otra parte le minaba dramáticamente su gestión real al carecer de indispensables recursos que eran destinados a la financiación de la guerra que comandaba su hermano contra la llamada Quinta Coalición integrada por Rusia, Prusia, Gran Bretaña y Suecia.
Así lo evidencian numerosas cartas que escribe pidiendo recursos, como la del 1 ro. De julio de 1809, donde expresa: “En este estado de cosas, ¿Qué puedo hacer sin la rápida y poderosa intervención del Emperador? Pido a V.A. que solicite que tengan lugar inmediatamente los envíos de fondos.”
Miguel Artola, historiador español, miembro de la Real Academia de Historia y premiado con el Príncipe de Asturias para las Ciencias Sociales del año 1991, en su obra “Los afrancesados”, publicado por Ed. Alianza, en la página 50 nos expresa: “Muchos liberales lucharán junto a los absolutistas en una alianza precaria, pero sus motivos son los que hoy se encuentran en la base de todo patriotismo: la defensa del territorio ocupado y la liberación de las poblaciones sometidas al ejército invasor.”
La brutalidad imperial, aunque venía levantando banderas de progreso, como la abolición de la asfixiante doctrina del absolutismo monárquico y su no menos brutal opresión, lejos de ganarse un pueblo para la causa de los postulados revolucionarios de “Libertad, igualdad y fraternidad”, terminó repeliendo cualquier posibilidad de simpatía o acuerdo estratégico.
Los españoles vieron en los hermanos Bonaparte, invasores y conculcadores de su independencia como nación. Por eso antagonistas internos irreductibles, como liberales y absolutistas, se unieron para expulsar al invasor, sin importar si este era progresista o no.
Cuando en la IIª Invasión Inglesa al Río de la Plata en 1807, se inició una suerte de diálogo político de dirigentes porteños con los comandantes ingleses, entre las tantas cosas que se discutieron, estos últimos, propusieron apoyar la declaración de la independencia de estas colonias, a cambio de que se sumaran lealmente a la corona británica. En ese momento, apareció el pensamiento belgraniano lúcido en medio de la tentación y confusión.
Nos lo cuenta María Sáenz Quesada en un interesante artículo que escribió para el Diario la Nación titulado “La lección de Belgrano”. Allí expresa: “De ahí su respuesta tajante cuando, durante la segunda invasión inglesa (1807), se planteó la posibilidad de aceptar la independencia de manos de los invasores: "El amo viejo o ninguno". Por aquello del viejo amo pensó, junto con un reducido grupo de patriotas, en las ventajas de la regencia de Carlota Joaquina de Borbón, cuando España cayó en manos de los franceses.”
José Bonaparte quiso ser un rey progresista de España, procuró romper siglos de absolutismo monárquico, elevar la cultura enciclopédica, establecer un progreso urbanístico para Madrid y las principales ciudades, crear escuelas estatales para educar y dar futuro a los niños españoles, abogó ante su hermano el emperador defendiendo los recursos económicos de su reino, pero nada de esto sirvió, porque había accedido al trono en forma prepotente llevándose por delante al pueblo. Y este pecado de origen, lo deslegitimó para llevar adelante sus loables y progresistas proyectos.
Fuente: Luis Horacio Yanicelli
No hay comentarios:
Publicar un comentario