El nacimiento de Huitzilopochtli era simbolizado por la confección de una imagen del dios hecha de tzoalli, una pasta compuesta de harina de huauhtli y maíz tostado amasados con miel de maguey. La elaboraban las muchachas que vivían por un año en los templos antes de casarse durante la noche del decimoctavo día de la veintena y por eso las llamaban ipilhuan Huitzilopochtli, hijas de Huitzilopochtli. Luego era ataviada por algunos sacerdotes y, la mañana del decimonoveno día, las doncellas, maquilladas, emplumadas y adornadas de guirnaldas de maíz tostado, la sacaban al patio del templo sobre un escaño con andas; allí la recibían los mancebos consagrados por un año al servicio en el templo, también coronados de guirnaldas de maíz tostado, para presentarla delante de todo el pueblo debajo del gran templo de Tenochtitlan. Toda la gente, delante del ídolo, tomaba un poco de tierra del suelo con el dedo y se la ponía en la boca. Acabada la presentación al pueblo, el escaño con la imagen era subido a la capilla del templo, operación que requería mucho cuidado por la estrechez y la inclinación de las escaleras; se usaban, entonces, sogas para mantener horizontal la litera y evitar que la imagen cayera. En seguida, las muchachas del templo sacaban de sus aposentos cuatrocientos huesos de tzoalli que habían confeccionado anteriormente y los muchachos los llevaban a los pies del ídolo, llenando el aposento en el cual estaba. En este cuarto había, al final del día, unas danzas y cantos en los cuales participaba toda la jerarquía sacerdotal dedicada a Huitzilopochtli, desde el máximo sacerdote hasta los sacrificadores llamados chachalmeca: se trataba de una bendición al final de la cual todos los pedazos de tzoalli quedaban consagrados como “huesos y carne de Huitzilopochtli”. Hasta aquí lo que refiere Durán.
Por su parte, Sahagún afirma que las estatuas hechas en ocasión de la fiesta eran dos, una del dios patrono de los mexicas y otra de un personaje llamado con el curioso apellido de Tlacahuepan Cuexcotzin (“Hombre de Madera, Venerable Colodrillo”), elaboradas durante la noche en los edificios de Itepéyoc y de Huitznáhuac. Luego eran vestidas con los atavíos de los dos dioses y llevadas al patio del templo donde, todo el día, les ofrecían dones y bailaban delante de ellas. Al final de la tarde, las subían a la cumbre del templo y dos guardianes llamados yopoch las vigilaban toda la noche.
Los acontecimientos del vigésimo día de Panquetzaliztli son muy conocidos. Durante toda la jornada hasta la puesta del Sol, todo el pueblo estaba obligado a comer sólo pan de tzoalli y no podía beberse agua. Este ayuno se llamaba netehuatzaliztli (“secamiento de la gente”). Antes que amaneciese, el sumo sacerdote Quetzalcóatl descendía del templo de Huitzilopochtli con la imagen de Páinal, también hecha de tzoalli, pero más pequeña. Era precedido por un estandarte en forma de culebra y seguido por una muchedumbre compuesta de personas principales, comunes, esclavos y prisioneros para el sacrificio. La imagen era llevada, con mucha prisa, primero al juego de pelota sagrado (Teotlachco) donde sacrificaban dos esclavos personificadores de los dioses Amapan y Huapatzan, y dos prisioneros, arrastrándolos por todo el terreno para llevarlos luego a Tlatelolco y Nonohualco, donde recibía la imagen del dios Cuahuitlicac, su compañero. De Nonohualco iban a Tlacopan, Tlaxotlan y Popotlan, pasaban por Coyohuacan, Tepetocan, Mazatlan, Acachinanco y regresaban a Tenochtitlan. En cada estación había sacrificios y ofrendas. El recorrido cubría cuatro o cinco leguas y duraba tres o cuatro horas; por su rapidez era llamado ipaina Huitzilopochtli (“se apresura Huitzilopochtli”). Mientras Páinal hacía su recorrido, en el patio del templo de Huitzilopochtli se tenía una escaramuza entre dos bandos de esclavos: uno peleaba con saetas de punta de pedernal, otro con palos de pino y dardos; estos últimos eran del barrio de Huitznáhuac y eran ayudados por los soldados de este mismo barrio. A los que eran cautivados, se le echaba sobre un teponaztli y se le sacaba el corazón. Cuando Páinal llegaba en vista del recinto sagrado del templo, la escaramuza terminaba y los esclavos y soldados de Huitznáhuac eran dispersos. Seguía una especie de estafeta entre los soldados del corteo de Páinal, los cuales llevaban dos insignias hechas con rodelas agujeradas en el medio, llamadas tlachieloni. Los dos soldados que llegaban con estas insignias hasta la puerta del patio de Huitzilopochtli tenían el honor de subir al templo donde, exhaustos, las echaban sobre la imagen de tzoalli del dios. Después, un sacerdote les cortaba las orejas con un cuchillo de pedernal y los dos bajaban del templo llevándose una parte de la imagen de Huitzilopochtli a su casa, donde podían comerla con la gente de su barrio. Llegados todos al recinto sagrado, se ordenaban en procesión junto al Tzompantli los prisioneros y los esclavos que debían morir.
Para que naciera su pueblo, el dios tenía que “encarnarse” en este mundo a través de la estatua de tzoalli y de sus innumerables huesos. Mediante la ingestión de éstos, los mexicas afirmaban su identidad con Huitzilopochtli: no sólo tomaban posesión de su cuerpo, sino testimoniaban ser su cuerpo, su manifestación viviente en el mundo. La imagen de Huitzilopochtli, Sol en ascensión hasta el cenit, era la imagen de su pueblo, conquistador y en expansión hasta el ápice de la gloria. En este sentido el destino del dios correspondía al destino de su pueblo. En esta ocasión los mexicas mostraban quién era su dios y por consiguiente el senti- do de su existencia y los valores comunitarios que los guiaban hacia adelante: el respeto de los dioses, los ritos, las leyes, los parientes y los ancianos que un viejo sacerdote predicaba desde el alto del templo.
Fuente: Planet of Aztecz
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