Una grave incidencia desencadenó, en las sesiones tucumanas del Congreso de las Provincias Unidas, cierto hecho ocurrido a fines de agosto o comienzos de setiembre de 1816, en un descampado de la zona sur de la provincia de Córdoba. La víctima del serio –aunque incruento- caso, fue el oficial Cayetano Grimau y Gálvez. Vale la pena contar la historia, despojada de los detalles erróneos que muchas veces se le han añadido.
El
joven militar Grimau y Gálvez, porteño, hijo de una familia muy
distinguida y acaudalada, estaba en la milicia desde adolescente. Había
empezado peleando en las invasiones inglesas, durante la Reconquista y
la Defensa, en el Batallón de Jóvenes que formó Santiago de Liniers.
Pasó
luego al Regimiento Fijo de Infantería, y luego al Regimiento 3. Actuó
en el sitio de Montevideo y en la batalla del Cerrito. Luego de revistar
en otras unidades, volvió a luchar en Montevideo y estuvo en la
rendición de esa plaza, en 1814.
Ese año y el siguiente, Grimau y
Gálvez cabalgó a las órdenes de Carlos de Alvear y de Manuel Dorrego,
en una de las batallas de Las Piedras, así como en las de Marmarajá y
Guayabos. A comienzos de 1815, ya tenía grado de Ayudante Mayor en el
Regimiento 8 de Infantería. Corría el año siguiente cuando le encargaron
que llevase a Tucumán –donde el Congreso acababa de declarar la
Independencia- unos pliegos del Director Supremo, Juan Martín de
Pueyrredón, dirigidos al jefe del Ejército del Norte, general Manuel
Belgrano. Cumplió esa misión y, cuando emprendía la vuelta a Buenos
Aires, el Congreso le confió unos documentos que enviaba a Pueyrredón.
Nunca hubiera sospechado que ese encargo le complicaría notablemente la
vida.
Los documentos
No se sabe de qué documentos
se trataba. Hay historiadores que aseguran que llevaba el Acta de la
Independencia, y quien escribe estas líneas repitió alguna vez (“Apenas
Ayer” del 15 de julio de 1995) esa especie. Sin duda, es una afirmación
equivocada y no consta en documento alguno del proceso.
El Acta
de la Independencia estaba asentada en el libro de actas del Congreso,
libro que, como se sabe, se extravió completo años después. Sin duda
Pueyrredón, quien había llegado de Tucumán y Córdoba a Buenos Aires el
29 de julio, tenía en su poder una de las copias autorizadas que firmó
el secretario del Congreso. Así, no tenía sentido que se le hubiera
mandado otra; y, en todo caso, nunca hubiera podido tratarse del
original.
Grimau y Gálvez se puso en marcha rumbo a Buenos Aires
acompañado por un soldado. Conocedor de que la soledad hacía peligroso
el camino, se mantuvo al lado de un carruaje que partía en esos momentos
de Tucumán a Córdoba, escoltado por diez soldados armados. Los
pasajeros eran el doctor Miguel Calixto del Corro, diputado cordobés en
el Congreso, y el doctor Manuel Molina.
Ya
en territorio de Córdoba, en un punto llamado Barrancas, cercano a
Cabeza del Tigre, se topó Grimau y Gálvez con un grupo de soldados de
José Gervasio Artigas. Los encabezaba un personaje conocido como “El
Inglés García”. Según declararía en el proceso, García lo conminó a que
“le entregase los pliegos, poniéndole un trabuco montado (amartillado)
al pecho”. Estupefacto, el mensajero del Congreso vio que el soldado que
lo acompañaba no movía un dedo en su defensa, y que también miraba al
costado la guardia del carruaje. No tuvo entonces más remedio que
entregar los documentos, luego de lo cual “El Inglés” y sus hombres se
alejaron al galope.
La partida asaltante descontaba que no iba a
tener inconveniente alguno. En toda esa zona, quien imponía la ley era
el capitán Lorenzo Moyano, cordobés de probada fidelidad a Artigas, con
una importante guarnición a sus órdenes.
Ni
bien Pueyrredón se enteró del suceso, decretó, el 4 de setiembre de
1816, que se procesara a Grimau y Gálvez y se iniciara una investigación
sobre el asunto, para lo cual comisionaba al gobernador de Córdoba,
José Javier Díaz. El Congreso tomó conocimiento del caso el 3 de
setiembre, y pidió al Director que le remitiese las conclusiones. El día
4, el diputado Antonio Sáenz expresó que, examinado el tema, resultaba
que el gobernador Díaz era “sospechoso en el particular”, y que por
tanto se lo debía separar de la causa y nombrar otro comisionado. Lo
apoyó Esteban Agustín Gazcón.
José Antonio Cabrera –para proteger
al doctor Del Corro- dijo que el Congreso no podía ser juez en causa
propia. Gazcón replicó, en la versión de “El Redactor”, que “el asunto
en cuestión no solamente pertenecía al Congreso por haberse perpetrado
el delito de violar el sagrado de la correspondencia, sino también
porque el que aparecía sindicado como autor, o a lo menos como cómplice
(o sea Del Corro) era un miembro del augusto cuerpo”.
No culpable
Añadió
que el hecho resultaba “el más criminal y escandaloso, reversivo del
orden y de la confianza pública”, y que el Congreso no podía “abrigar en
su seno a un individuo manchado con tan infame nota, hasta que no se
purifique de ella”. Hizo la moción, que fue aprobada, de que el cuerpo
designara una comisión para organizar el respectivo proceso.
Respecto
de Grimau y Gálvez, la Comisión Militar Permanente, formada por cinco
oficiales de alta graduación, se encargó del asunto en Buenos Aires. El
fiscal, Manuel José de Cossio, y el auditor Tomás Valle, analizaron
todos los documentos e interrogaron a Grimau y Gálvez. Este declaró que
García lo encañonó, y que ni su acompañante ni la guardia de Del Corro
le prestaron auxilio de ninguna especie, lo que le imposibilitó
resistir.
Oído todo esto, la Comisión Permanente declaró “sin
culpa alguna” al acusado, expresando que se debía “ponerlo en libertad y
publicarse su inocencia, para que no quede mancillado su honor”. Allí
terminó la causa. No llegó el Congreso a sancionar al diputado Del
Corro, tal vez para no agravar aún más las tensiones que los
representantes de Córdoba venían creando en el cuerpo.
Una larga carrera
Grimau
y Gálvez continuó su carrera militar, en cuyo transcurso recibió una
seria herida de bala en la pierna. Luchó a órdenes de Antonio González
Balcarce y de Juan José Viamonte contra la montonera, con grado de
capitán. Luego, ya sargento mayor, mandó las fuerzas de infantería que
se embarcaban, con el almirante Guillermo Brown, destinadas la guerra
del Brasil. Pero su salud ya estaba resentida y pidió que se lo separara
del servicio.
A pesar de todo, luego volvió a las filas y, con
grado de teniente coronel, se desempeñó como ayudante de Dorrego. Ya en
tiempos de Rosas, participó en la Revolución de los Libres del Sur, de
1839. Esto le trajo como consecuencia el encarcelamiento y la
confiscación de sus bienes. Más tarde pudo escapar a Montevideo, y de
allí se trasladó al Brasil. Volvería a Buenos Aires después de la
batalla de Caseros.
A pesar de sus años y su mala salud, en 1865
se presentó al gobierno nacional, ofreciendo servir en la guerra del
Paraguay. El general Bartolomé Mitre agradeció la propuesta y contestó
que la tendría presente.
El teniente coronel Cayetano Grimau y
Gálvez falleció en Buenos Aires el 7 de abril de 1871, a consecuencia de
la epidemia de fiebre amarilla que asolaba la capital.
Fuente: LaGaceta
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