Una de las cosas que a veces se escucha por ahí es que Quetzalcóatl era un individuo blanco y de ojos azules. Nada más lejos de la verdad. Pero ¿cómo surgió esta idea? Los frailes del XVI trataron de encontrar el porqué de la presencia de los indígenas en estas tierras buscando la respuesta en la Biblia, concluyendo que eran parte de las tribus dispersas de Israel. Lo anterior lo refuerzan al encontrar figuras de cruces, con lo cual la simiente de este pensamiento estaba dado: Dios había deparado que algún apóstol viniera a evangelizar antes de la llegada de los españoles. Resulta que en el siglo XVI cronistas como Bernal Díaz del Castillo mencionan que en Yucatán encontraron “señales de cruces” (Díaz del Castillo, 1943), dato que repite el franciscano López de Cogolludo en su Historia de Yucatán (López, 1957). Por otra parte, la imagen de Quetzalcóatl, un personaje que no aceptaba sacrificios humanos y que era casto, vino al dedillo para que los frailes empezaran a considerar que se trataba de algún apóstol. Fray Diego Durán dice: “Aquel hombre venerable, al que llaman Topiltzin […] fue según las tradiciones indígenas un casto y penitente sacerdote, del que se recuerdan episodios al parecer milagrosos […] este santo varón fue algún apóstol que Dios aportó a esta tierra” (Durán, 1967). López de Gómara agrega acerca de Quetzalcóatl que era hombre virgen, penitente, honesto, templado, religioso y santo; para fray Bartolomé de las Casas era blanco, alto, con gran barba, en tanto que fray Juan de Torquemada coincide en que era blanco, rubio y barbado. Además, se le atribuye haber traído el conocimiento de la agricultura y otros aportes. De esta manera se ponían las bases para ir idealizando la imagen de un ser que partía de algunos relatos indígenas, aderezado significativamente con la necesidad de los frailes de justificar, conforme a la Biblia, la presencia de miles y miles de indígenas…
Pero estas ideas no quedaron allí, sino que trajeron serias repercusiones. Don Carlos de Sigüenza y Góngora escribió en la segunda mitad del siglo XVII (Sigüenza y Góngora, 1959) que Quetzalcóatl era el apóstol Santo Tomás, quien había venido a predicar el Evangelio, lo que avala Eguiara y Eguren en su Biblioteca Mexicana al decir sobre la obra de Sigüenza: “…que Santo Tomás, uno de los Doce Apóstoles, había emigrado a esta tierra, al cual llamaron Quetzalcóatl, hallando la coincidencia de entrambos nombres por la vestimenta, la doctrina y los vaticinios del Apóstol…” (Eguiara, 1986). Pero el acontecimiento más grave sucedió en 1794, cuando fray Servando Teresa de Mier fue invitado a dar el sermón en honor de la Virgen de Guadalupe. Basado en datos de José Ignacio Borunda, quien había escrito su Clave general de interpretación de los jeroglíficos mexicanos, en la que establecía que la tilma de Juan Diego en donde se plasmó la guadalupana no era otra cosa que la vestimenta de Santo Tomás/Quetzalcóatl, arremetió en contra de los españoles negándoles ser los primeros en evangelizar en la Nueva España, pues eso lo había hecho siglos atrás el apóstol en la figura de Quetzalcóatl. El resultado era de esperarse: el obispo Alonso Núñez de Haro y Peralta mandó recoger los escritos del dominico y lo enviaron a con- ventos de España a purgar su desacato. Acerca de los escritos de Borunda, Edmundo O’Gorman ha comentado:
Tuvo la ocurrencia extraordinaria de vincular en un único y grandioso suceso histórico la predicación evangélica en el Nuevo Mundo por el Apóstol Santo Tomás y la tradición piadosa de las apariciones de la Virgen de Guadalupe al indio Juan Diego [...con lo cual] dejaba fuera de duda –según él– la milagrosidad y enorme antigüedad de la imagen guadalupana, como que era estampamiento de la Virgen en persona en la capa del Apóstol (O’Gorman, 1951).
En pleno siglo XIX continuaron estas ideas. Un historiador como don Manuel Orozco y Berra escribe que Quetzalcóatl ¡era vikingo...! Así lo dice: “De ésta verdad sacamos que Quetzalcóatl es un misionero islandés”, y agrega más adelante: “El tiempo de los descubrimientos de los escandinavos, coincide con la época en que el gran legislador se presentó en Tollan”. Y a mayor abundamiento sobre el tema, dice:
“...trayendo Quetzalcóatl sembrada la túnica, de cruces; los escandinavos de aquellas épocas eran católicos. Descubre el jefe su carácter sacerdotal en su vida casta y abstinente, en su amor a la paz, en las virtudes y costumbres que se le atribuyen” (Orozco y Berra, 1954).
Como era de esperar, las palabras de don Manuel y su prestigio como historiador deben de haber calado profundo en las mentes decimonónicas que las tomaban como verdad absoluta...
Ahora bien, ¿qué ha aportado la arqueología y la historia que vienen a desmentir estas disquisiciones? En primer lugar, la agricultura se conoció desde hace cerca de 5 000 años, según los datos encontrados en Tehuacán, Puebla, por lo que no pudo ser Quetzalcóatl quien enseñara esta práctica a los pueblos antiguos, pues su supuesto arribo, en todo caso, fue muy posterior. Las cruces en Mesoamérica tienen un simbolismo muy diferente del cristiano: es el símbolo del dios viejo y del fuego, señor del año, Huehuetéotl o Xiutecuhtli, quien residía en el centro del universo y de ahí salían los cuatro rumbos, por eso el carácter cruciforme del símbolo. Acerca de esto ha dicho Jacques Lafaye en relación con los frailes: “No podían imaginar que una cruz pudiera tener otro origen y otro sentido que la cruz cristiana” (Lafaye, 2002). Los diversos estudios que se han hecho acerca de Quetzalcóatl han puesto en claro sus antecedentes y características como deidad creadora que desempeñará un papel determinante en la formación del hombre, según relatan los mitos, y como figura que reúne tanto el aspecto celeste (ave) como el terrestre (serpiente). También vemos su carácter de hombre gobernante y de dios (López Austin, 1973) y muchos otros atributos que posee el personaje, así como su impacto en Mesoamérica (López Austin y López Luján, 1999 y 2004; Nicholson, 2001).
En conclusión, los frailes del XVI trataron de encontrar justificación a la presencia de miles de indígenas a lo largo y ancho de Mesoamérica, hecho que los llevó a buscar una explicación en lo que para ellos era la palabra de Dios: la Biblia. Basados en relatos indígenas y adaptándolos a los pasajes bíblicos, van armando una figura que satisface sus creencias pero totalmente irreal. Afortunadamente, la historia y la arqueología aportan datos diferentes... (Matos, 2008).
Fuente: Arqueologia Mexicana.
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