La población
Ángel Rosenblat, eminente filólogo, imparcial en sus estudios,
destruye completamente el mito del genocidio español -y los 80 o más
millones de indígenas exterminados- concluyendo mediante minuciosas y
exhaustivas investigaciones que no había más de 13.385.000 indígenas en
la América prehispánica. De él tomamos el siguiente cuadro:
Población de América hacia 1492:
Norteamérica, al Norte del Río Grande 1.000.000
México, América Central y Antillas 5.600.000
México 4.500.000
Haití y Santo Domingo (la Española) 100.000
Cuba 80.000
Puerto Rico 50.000
Jamaica 40.000
Antillas menores y Bahamas 30.000
América Central 800.000
América del Sur 6.785.000
Colombia 850.000
Guayanas 100.000
Perú 2.000.000
Bolivia 800.000
Paraguay 280.000
Argentina 300.000
Uruguay 5.000
Brasil 1.000.000
Chile 600.000
Ecuador 500.000
Población total de América en 1492: 13.385.000
Observamos claramente en la tabla reproducida que la región de
México era por lejos la más poblada del continente, contando con una
cantidad de habitantes similar a la correspondiente para toda América
del Sur. Otros especialistas insospechados e igualmente prestigiosos
sugieren cifras análogas. Humboldt ubica en 5.200.000 la población
mexicana al momento de la llegada de Hernán Cortés. Por su parte Willcox
señala que eran menor de cinco millones. "Si por nuestra parte
admitiéramos números para toda la población mexicana -comenta
Rosenblat-, y tomáramos como base para 1569-1571 la cantidad de
3.500.000 de indios que hemos deducido de las cifras de López de
Velasco, cifra aun mayor que la que admite Mendizábal, el estudio de
Kubler nos conduciría a admitir una población total de 4.414.573, que
coincide extraordinariamente con los 4.500.000 que dábamos nosotros en
1935 y que mantenemos hasta hoy".
Otra prueba irrefutable de la inverosimilitud de la tesis que
sugiere una población de decenas de millones de habitantes para el año
1492 nos la ofrecen los datos que poseemos acerca de sus costumbres
alimenticias, sus limitadas técnicas agricultoras, la cantidad de
hectáreas cultivadas y aquellas fértiles y aptas para esta actividad, y
la desigual distribución de los indígenas en el continente. La provisión
de alimentos en América, dice José Luis Vittori en "Exageraciones y
Quimeras en la Conquista de América" que "no alcanzaba para sostener
siquiera a la mitad de esa población". Agrega seguidamente, citando al
alemán Krickeberg: "Debe tener en cuenta que parte de los aborígenes
vivía en estado de barbarie y se hallaba dispersa a lo largo de los ríos
o en las zonas selváticas donde obtenía su comida de la caza, la pesca y
la recolección de frutos silvestres. La agricultura se practicaba en
los núcleos sedentarios que respondían a cierta organización tribal o al
mandato político de un orden jerárquico, de una rudimentaria
organización imperial asentada en una relación de acuerdos o de alianzas
más o menos estables de clanes, y en la sumisión de pueblos
tributarios, no de un Estado y menos de un imperio en el sentido europeo
del término".
¿Cómo hicieron los españoles para exterminar 90 millones de
indígenas de entre los menos de 14 millones que existían?, es todavía un
interrogante que ninguna ciencia ni disciplina ha podido dilucidar
hasta la fecha.
"...la tendencia a la exageración era una de las
características de los hombres de la época, habituados a llevar al
extremo sus pensamientos tanto como sus acciones" (Louis Baudin)
La denominada "catástrofe demográfica" y las fluctuaciones y
altibajos poblacionales, como hemos visto, son muy anteriores a la
llegada de los españoles. Es claro que las inverosímiles cifras
señaladas por diversos autores, carecen de todo rigor científico y
credibilidad.
No obstante, conviene aclarar algunos puntos acerca de la
procedencia de las fuentes -por llamarlas de alguna forma: carentes de
toda fiabilidad- de las que se han servido históricamente los autores
anti-hispanistas. Ante todo, aclaremos una obviedad: no toda "fuente"
puede ser tomada como punto de apoyo y/o considerada como evidencia
probatoria de lo que se pretende demostrar, acreditar.
Tenemos en primer lugar las magnificaciones de algunos
conquistadores y clérigos como Bartolomé De las Casas. No fueron pocos
quienes, en aras de impresionar al rey y al pontífice con sus logros
evangelizadores y militares, exageraban grandemente, desde sus crónicas y
escritos, sus hazañas y, por ende, sobre las cifras. La exageración,
característica predominantemente española, se utilizó en otras
oportunidades con evidente mala voluntad, como el caso del domínico
antes mencionado, quien, con el afán de desprestigiar y difamar a
quienes no le eran obsecuentes, quintuplicaba y manipulaba cifras a
arbitrio con el propósito de lograr -mediante el horror- la atención
total de Rey, el Papa y los principales teólogos y moralistas. Y aquí,
en este punto, injusto y desajustado con la realidad de los hechos sería
creer que fue necesario llegar a tales abusos de algunos de sus hombres
-que ciertamente existieron-. Antes que se acordara de los indígenas,
De las Casas, impulsaba el tráfico de esclavos negros al continente,
había en América misioneros ejemplares como Montesinos y Benavente -por
mencionar dos- que se ocuparon especialmente del cuidado y buen trato
hacia los indígenas. Este último, que podríamos considerar el más celoso
protector de aborígenes que existiera en América, tuvo grandes
enfrentamientos con De las Casas por sus patentes exageraciones,
exabruptos, indomable orgullo y manifiestas malas intenciones.
El gran capitán Pedro
Fernández de Quiros, comenta el historiador argentino José Luis Vittori,
calculaba que antes de la llegada de los españoles había 14 millones de
indios en las islas Española, Cuba, Jamaica, Puerto Rico, etc. En 1631,
Fray Buenaventura Salinas elevaba la cantidad a 20 millones. (...)
"Cuando el Almirante descubrió aquellas islas había quince veces cien
mil indios (...). Seguidamente comenta Rosenblat: "Son cifras
hiperbólicas, sin intención estadística".
Otra de las "fuentes" mentadas que han conducido al equívoco a no
pocos historiadores ha sido el de los censos. Han sido a la fecha
numerosos los especialistas que han investigado este tema acuciante,
como el español Javier Esparza, quien luego del estudio minucioso de los
censos realizado en los primeros tiempos de la presencia española en el
continente, da cuenta de groseras irregularidades e imprecisiones de
estos, como por ejemplo el hecho que muchas veces los indígenas eran
contabilizados como españoles y viceversa, o los mestizos como
indígenas.
Eso lo ha defendido recientemente una norteamericana, Lynne Guitar,
de la Universidad de Vanderbilt, que fue a Santo Domingo a estudiar la
historia de los tainos y se quedó allí: hoy es profesora del Colegio
Americano en Santo Domingo. Y la profesora Guitar descubrió que los
censos no es que no sean fiables, sino, más aún, que son inútiles:
cuando un indio se convertía al catolicismo y vivía como un español, o
más aún si se mestizaba, dejaba de ser censado como indio y era inscrito
como español. Y si luego venía otro funcionario con distinto criterio,
entonces volvía a ser inscrito como indio, y así hay casos de ingenios
de azúcar donde los indios pasan de ser unos pocos ciento a ser 5.000 en
sólo dos años. Para colmo, los encomenderos -los españoles que
regentaban tierras y explotaciones productivas- mentían en sus censos,
porque preferían trabajar con negros, a los que podían esclavizar, que
con indios, de manera que sistemáticamente ocultaban las cifras reales.
Es decir que las cifras censales ocultaban las cifras reales. Es decir
que las cifras censales de los indios en América, en el siglo XVI, son
papel mojado.
¿Qué culpa cabe a los españoles por las pestes?
Sería un absurdo culpar a los españoles por las muertes generadas
por las pestes que trasmitieron a los indígenas. Lo que sucedió fue algo
totalmente inevitable, impensado, pues: ¿Cómo saber que el organismo de
los indígenas no iba a poder soportar enfermedades de las que nadie
moría ya en Europa? ¿Cómo preveer la rapidísima difusión que esta tuvo
entre los indios?, pero además: ¿Cómo podían saber los españoles que
estaban infectados? Y algo más: ¿Cómo sabían acaso quienes estaban con
Colón en su primer viaje que iban a toparse con una raza completamente
desconocida? Tendrían que haber sido videntes para saberlo.
Es claro que esta situación afectó -además de a los indios,
naturalmente- a los mismos españoles de distintas formas, pues por un
lado se habían quedado sin mano de obra que trabajase junto a ellos las
tierras, y los misioneros en vez de poder dedicarse a la construcción de
templos, a la evangelización y otros menesteres, ocuparon todo su
tiempo y energía atendiendo a los indígenas y cuidando que a sus
familias no les faltase nada. Por otro lado, ellos mismos, misioneros y
adelantados, moría y/o padecían muchas veces por estas enfermedades.
Existen numerosos registros de sacerdotes -especialmente ancianos-
fallecidos a consecuencia de ello: tanto por agotamiento extremo o por
el contagio de enfermedades transmitidas por los mismo indígenas,
generado por el contacto permanente con estos y sus hogares hacinados.
Los testimonios de la gran caridad y cuidado que tuvieron los misioneros
y la Corona hacia los indios son numerosos.
Frente a tal cuadro, ordenaron los reyes que los infectados y sus
familias no pagasen ningún impuesto y se les suministre lo que
necesitaren, mientras virreyes y arzobispos ordenaban la construcción de
hospitales, muchos de los cuales albergaban a más de 400 enfermos.
Culpar a España de estos males es cuanto menos una canallada, y
además, absurdo. Pues con el mismo criterio debería pedir cuentas Europa
a los comerciantes asiáticos (particularmente de la India) que
trasmitieron en el siglo XIV la peste bubónica a los europeos, por la
cual llegó a morir cerca de un cuarto de la población europea. O mismo
se debería pedir cuentas a los africanos por haber propagado la
enfermedad del Sida en todo el mundo... Un absurdo completo.
Por otro lado, así como hubo enfermedades transmitidas por los
españoles, las hubo de indígenas a europeos, como la sífilis, que generó
una inmensa cantidad de muertes en Europa, extendiéndose con una
velocidad asombrosa. A comienzos del siglo XX, alrededor del 15% de la
población europea la padecía.
Guerras
La guerra fue otro de los mayores culpables de la mortandad de
indígenas a gran escala. No hay que olvidar que, como hemos mencionado,
estas se sucedían ininterrumpidamente, tanto internas como externas.
Algunos pueblos fueron más guerreros que otros, pero guerreros al fin.
Esta fue históricamente su actividad principal, su razón de ser, de
existir. Cualquier motivo, por más mínimo e irrelevante que fuera, era
considerado un casus belli. Los anales de la historia de los pueblos
precolombinos dan acabada muestra de ello. Los pueblos mayas, hemos
visto, guerreaban constantemente por la hegemonía del poder, al igual
que las importantes culturas de los teotihuacanos y toltecas, lo que
motivó, en gran medida, su destrucción total, sumado al impacto
desestabilizador de las invasiones de tribus bárbaras provenientes del
norte. Aun los mayas sobrevivientes asentados en tiempos posteriores en
Yucatán sufrieron el mismo fatal destino (principalmente a causa de las
guerras entre tres de sus ciudades más importantes: Uxmal, Chichén Itzá y
Mayapán). Los tepanecas -muy particularmente mediante tiranos como
Tezozomoc y Maxtla- emprendieron brutales batallas y campañas contra
todos los pueblos de la región del Valle de México, siendo
particularmente sangrienta y memorable aquella contra Texcoco. Luego, el
salvaje imperialismo de la Triple Alianza compuesto por aztecas,
texcocos y tacubas, destruyó, aniquiló y/o sojuzgó a poblaciones y
culturas enteras: mixtecas, huaxtecos, totonacas, otomíes, chalcotecas,
tlatelolcos, tarascos, tlaxcaltecas, zapotecas, y un largo etc. Más al
sur nos encontramos con las culturas chibchas -especialmente las de
origen caribe- sometiendo a todos los pueblos de las regiones de
Colombia y Venezuela e incluso del norte de Brasil. Al suroeste del
continente observamos a las culturas preincaicas (nazcas, moches,
chovíes, tihuanacos, etc.) defendiéndose como podían de las arremetidas
del déspota de turno, y luego, todos estos, guerreando contra la
inacabable ambición territorial de los incas, siendo de particular
interés las encarnizadas contiendas incaicas contra los araucanos en la
franja sudoeste de América del Sur, o la de estos últimos contra
ranqueles y tehuelches. En la misma región, tenemos a los guaraníes
contra los caros, yaros contra charrúas, tehuelches y pehuenches contra
araucanos. Tobas, abipones, mocovíes, calchaquíes asolando y diezmando
poblaciones nativas enteras. A todas estas desproporcionadas ofensivas
hay que sumar las rebeliones e insurreciones internas que sufrió cada
uno de estos pueblos; principalmente los grandes imperios por parte de
sus tributarios.
Todos estos, a veces unos aliados con otros, a veces todos contra
todos. Vemos también en forma frecuente a familiares y hermanos
asesinándose por el control del poder, como el caso de Atahualpa
asesinando a Huáscar y a Moctezuma II haciendo lo propio con el suyo, el
príncipe heredero de México. La América precolombina toda era, vemos,
un gran escenario de batalla y sangre del que nadie podía escapar.
Dice al respecto Fray Motolinía:
" (...) todos andaban siempre envueltos en guerra unos contra otros,
antes que los españoles viniesen. Y era costumbre general en todos los
pueblos y provincias, que al fin de los términos de cada parte dejaban
un gran pedazo yermo y hecho campo, sin labrarlo, para las guerras. Y si
por caso alguna vez se sembraba, que era muy raras veces, los que lo
sembraban nunca lo gozaban, porque los contrarios, sus enemigos, se lo
talaban y destruían".
Mediante la guerra lograban su principal sustento económico, tomando
las riquezas de los pueblos vencidos y obligándolos a convertirse en
sus tributarios. La principal política de estos "estados" era la guerra,
mediante la cual expandían sus territorios y áreas de influencia en la
región, logrando también imponer su cultura y sus dioses a los vencidos.
Y era también mediante una guerra que practicaban eficazmente su
religión, cumpliendo con sus preceptos de ofrendas de sangre a los
dioses, con la captura de prisioneros y cautivos. Las denominadas
Guerras Floridas, en los aztecas y algunos de sus vecinos -también
practicadas por mayas-, en tiempos de relativa paz exterior, tenían como
finalidad exclusiva procurar gran cantidad de hombres para poder ser
sacrificados ritualmente. Fue muy frecuente que los pueblos que ofrecían
sacrificios humanos al verse desprovistos de hombres, o sin la cantidad
que determinadas fiestas demandaban, pactasen entre sí hacerse la
guerra por este motivo exclusivo. De esta forma, ambos bandos lograban
cautivos suficientes para sacrificar después.
Antes que llegaran los españoles, había sido la guerra la culpable
de exterminios completos de poblaciones y de la desaparición de
destacados pueblos. Es la historia de la insurrección de los pueblos
sometidos a sus "amos". Ya hemos mencionado varios casos entre los
mayas, incas y aztecas, pero lo que abunda no daña. Las encarnizadas
guerras entre los aztecas y tepanecas, y antes de ello, con casi todo
pueblo que encontraron desde su bajada del norte del continente. Basado
en los códices, el historiador Antonio Cervera (no justamente un
pro-hispanista) cuenta que los pueblos mesoamericanos consideraban a los
mexicas un pueblos hostil, bárbaro, de ladrones, peligrosos; entre
otros adjetivos poco laudatorios. Casi todos los historiadores coinciden
en resaltar la hostilidad con que eran vistos por los pueblos aledaños
los mexicas; mientras peregrinaron del norte hasta su asentamiento
definitivo, razón que motivaría varias guerras. No estuvieron exentos,
por cierto, de enconadas disputas internas, motivadas en diferencias
religiosas o por cuestiones de poder. Algunos mexicas eran seguidores de
una secta dirigida por el dios Tezcatlipoca, representante de la noche y
el jaguar, lo que terminó por generar un desmembramiento de sus
fuerzas. Antes de llegar a Chapultepec, combatieron duramente con los
habitantes de Zumpango. Sembraban el pánico y el terror en las
poblaciones que tomaban. Esta realidad es comentada en el Códice
Ramírez:
" (...) los mexicanos (estaban) rodeados de innumerables gentes
donde nadie les mostraba buena voluntad, (pero) aguantaban su
infortunio..."
Comenta el P. Sahagún:
"Y allí en Chapultepec, allí comenzaron a ser combatidos los
mexicas. Se les hizo la guerra. Y por eso se pasaron luego los mexicanos
a Culhuacán".
En el año 1319 estuvieron los aztecas a punto de sucumbir
definitivamente. Fue en aquel año que los culhuas, xochimilcas y
tepanecas, cansados del terror de los mexicas, formaron una alianza y se
enfrentaron a estos déspotas, logrando el triunfo, sacrificando
enseguida a su jefe, Huitzilihitl el viejo.
Años después, ya lo
hemos dicho, los aztecas se sublevaron contra éstos, aliados con otros
pueblos, comenzado su período imperial, a partir de lo cual dice Diego
Durán:
" Los aztecas tributaban las provincias todas de la tierra, pueblos,
villas y lugares, después de ser vencidos y sujetados por guerra y
compellidos por ella, por causa de que los valerosos mexicanos tuviesen
por bien bajar su espadas y rodelas.
Cuando nacía un hijo, parte del ritual azteca consistía en poner en
sus manos un arco y un escudo "para significar que aquel niño había
nacido para propiciar al dios de la guerra, Huitzilopochtli, y luchas
por la patria común".
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