¡Quién
lo había de decir! La trata de esclavos, esa infamia que, según
musulmanes, africanos y europeos etnomasoquistas, constituye la mayor
lacra de Europa, ahora resulta que fue ampliamente superada, al menos en
los siglos XVI y XVII, por la cometida contra los nuestros por parte
del islam. Es cierto, es cierto: el “tú más” no justifica nada. La trata
de esclavos negros fue una indignidad tan aborrecible como
injustificable. Pero hay una pequeña diferencia: nosotros la reconocemos
y deploramos (hoy en día hasta exagerando los zurriagazos). Ellos, en
cambio —el mundo musulmán—, no reconoce ni deplora nada. Hay otra
diferencia además: cuando nos querían arrebatar a los nuestros, los
europeos combatimos todo lo que pudimos al enemigo (y así se produjo la
victoria de Lepanto, y así tuvo lugar la expulsión de los moriscos, que
colaboraban en las razias). Y cuando capturaban a los blancos, los
padres terciarios y mercedarios intentaban rescatarlos. Nada de todo
ello existió nunca en África.
Pero pasemos a ver lo que nos cuenta el profesor norteamericano Robert C. Davis.
Los
historiadores estadounidenses han estudiado todos los aspectos de la
esclavización de los africanos por parte de los blancos, pero han
ignorado en gran medida la esclavitud de los blancos por parte de los
africanos del Norte. Christian Slaves, Muslim Masters [Esclavos cristianos, amos musulmanes]es un libro cuidadosamente documentado y escrito con claridad sobre lo
que el profesor Davis denomina "la otra esclavitud", que floreció
durante aproximadamente la misma época que el tráfico transatlántico de
esclavos y que devastó a cientos de comunidades costeras europeas. En la
mente de los blancos de hoy, la esclavitud no juega en absoluto el
papel central que tiene entre los negros. Y, sin embargo, no se trató ni
de un problema de corta duración ni de algo carente de importancia. La
historia de la esclavitud en el Mediterráneo es, de hecho, tan siniestra
como las descripciones más tendenciosas de la esclavitud americana.
Un comercio al por mayor
La
costa de Berbería, que se extiende desde Marruecos hasta la actual
Libia, fue el hogar de una próspera industria del secuestro de seres
humanos desde 1500 hasta aproximadamente 1800. Las principales capitales
esclavistas eran Salé (en Marruecos), Túnez, Argel y Trípoli, habiendo
sido las armadas europeas demasiado débiles durante la mayor parte de
este período para efectuar algo más que una resistencia meramente
simbólica.
El
tráfico trasatlántico de negros era estrictamente comercial, pero para
los árabes los recuerdos de las Cruzadas y la rabia por haber sido
expulsados de España en 1492 parecen haber motivado una campaña de
secuestro de cristianos que casi parecía una yihad.
"Fue
quizás este aguijón de la venganza, frente a los amables regateos en la
plaza del mercado, lo que hizo que los traficantes islámicos de
esclavos fueran mucho más agresivos y en un principio mucho más
prósperos (por así decirlo) que sus homólogos cristianos", escribe el
profesor Davis.
Durante
los siglos XVI y XVII fueron más numerosos los esclavos conducidos al
sur a través del Mediterráneo que al oeste a través del
Atlántico. Algunos fueron devueltos a sus familias contra pago de un
rescate, otros fueron utilizados para realizar trabajos forzados en
África del Norte, y los menos afortunados murieron trabajando como
esclavos en las galeras.
Lo
que más llama la atención de las razias esclavistas contra las
poblaciones europeas es su escala y alcance. Los piratas secuestraron a
la mayoría de sus esclavos interceptando barcos, pero también
organizaron grandes asaltos anfibios que prácticamente dejaron
despobladas partes enteras de la costa italiana. Italia fue el país que
más sufrió, en parte debido a que Sicilia está a sólo 200 km de Túnez,
pero también porque no tenía un gobierno central fuerte que pudiese
resistir a la invasión.
Las grandes razias a menudo no encontraron resistencia
Cuando
los piratas saquearon, por ejemplo, Vieste en el sur de Italia en 1554,
se hicieron con el alucinante número de 6.000 presos. Los argelinos
secuestraron 7.000 esclavos en la bahía de Nápoles en 1544, una
incursión que hizo caer tanto el precio de los esclavos que se decía
poder "intercambiar a un cristiano por una cebolla".
España
también sufrió ataques a gran escala. Después de una razia en Granada
en 1556 que se llevó a 4.000 hombres, mujeres y niños, se decía que
"llovían cristianos en Argel". Y por cada gran razia de este tipo, había
docenas más pequeñas.
La aparición de una gran flota podía hacer huir a toda la población al interior, vaciando las zonas costeras.
En
1566, un grupo de 6.000 turcos y corsarios cruzó el Adriático para
desembarcar en Francavilla al Mare. Las autoridades no podían hacer
nada, y recomendaron la evacuación completa, dejando a los turcos el
control de más de 1.300 kilómetros cuadrados de pueblos abandonados
hasta Serracapriola.
Cuando
aparecían los piratas, la gente a menudo huía de la costa hacia la
ciudad más cercana, pero el profesor Davis explica que hacer tal cosa no
siempre fue una buena estrategia: "Más de una ciudad de tamaño medio,
llena de refugiados, fue incapaz de resistir un ataque frontal de
cientos de asaltantes. El capitán de los piratas, que de lo contrario
tendría que buscar unas pocas docenas de esclavos a lo largo de las
playas y en las colinas, ahora podía encontrar mil o más cautivos
convenientemente reunidos en un mismo lugar a los que tomar."
Los
piratas volvían una y otra vez para saquear el mismo territorio. Además
de un número mucho mayor de pequeñas incursiones, la costa de Calabria
sufrió las siguientes depredaciones graves en menos de diez años: 700
personas capturadas en una sola razia en 1636, 1.000 en 1639 y 4.000 en
1644.
Durante
los siglos XVI y XVII, los piratas establecieron bases semipermanentes
en las islas de Isquia y Procida, cerca de la desembocadura de la Bahía
de Nápoles, elegida por su tráfico comercial.
Al
desembarcar, los piratas musulmanes no dejaban de profanar las
iglesias. A menudo robaban las campanas, no sólo porque el metal fuese
valioso, sino también para silenciar la voz distintiva del cristianismo.
En
las pequeñas y más frecuentes incursiones, un pequeño número de barcos
operaba furtivamente y se dejaba caer con sigilo sobre los asentamientos
costeros en mitad de la noche, con el fin de atrapar a las gentes
"mansas y todavía desnudas en la cama". Esta práctica dio origen al
dicho siciliano "pigliato dai turchi" ("tomado por los turcos"), y se
emplea cuando se coge a alguien por sorpresa o por estar dormido o
distraído.
Las
mujeres eran más fáciles de atrapar que los hombres, y las zonas
costeras podían perder rápidamente todas las mujeres en edad de tener
hijos. Los pescadores tenían miedo de salir, y no se hacían a la mar más
que en convoyes. Finalmente, los italianos abandonaron gran parte de
sus costas. Como explica el profesor Davis, a finales del siglo XVII,
"la península italiana fue saqueada por corsarios berberiscos durante
dos siglos o más, y las poblaciones costeras se retiraron en gran medida
a pueblos fortificados en las colinas, o a ciudades más grandes como
Rimini, abandonando kilómetros de costa, ahora pobladas de vagabundos y
filibusteros".
No
fue hasta alrededor de 1700 cuando los italianos estuvieron en
condiciones de prevenir las razias, aunque la piratería en los mares
pudo continuar sin obstáculos.
La
piratería llevó a España y sobre todo a Italia a alejarse del mar y a
perder con efectos devastadores sus tradiciones de comercio y
navegación: "Por lo menos para España e Italia, el siglo XVII representó
un período oscuro en el que las sociedades española e italiana fueron
meras sombras de lo que habían sido durante las anteriores épocas
doradas".
Algunos
piratas árabes eran avezados navegantes de alta mar, y aterrorizaban a
los cristianos hasta una distancia de 1.600 kilometros. Una espectacular
razia en Islandia en 1627 dejó cerca de 400 prisioneros.
Existe
la creencia de que Inglaterra era una potencia naval formidable desde
la época de Francis Drake, pero a lo largo del siglo XVII los piratas
árabes operaron libremente en aguas británicas, penetrando incluso en el
estuario del Támesis para capturar y asolar las ciudades costeras. En
sólo tres años, desde 1606 hasta 1609, la armada británica reconoció
haber perdido, por culpa de los corsarios argelinos, no menos de 466
buques mercantes británicos y escoceses. A mediados de la década de
1600, los británicos se dedicaron a un activo tráfico de negros entre
ambos lados del Atlántico, pero muchas de las tripulaciones británicas
pasaron a ser propiedad de los piratas árabes.
La vida bajo el látigo
Los
ataques terrestres podían ser muy exitosos, pero eran más arriesgados
que los marítimos. Los navíos eran por lo tanto la principal fuente de
esclavos blancos. A diferencia de sus víctimas, los buques piratas
tenían dos modos de propulsión: además de las velas, los galeotes.
Llevaban muchas banderas diferentes, por lo que cuando navegaban podían
enarbolar el pabellón que tuviera más posibilidades de engañar a sus
presas.
Un
buen barco mercante de gran tamaño podía llevar unos 20 marinos en buen
estado de salud, preparados para durar algunos años en galeras. Los
pasajeros en cambio para servían obtener un rescate. Los nobles y ricos
comerciantes se convirtieron en piezas atractivas, así como los judios,
que a menudo podían significar un suculento rescate pagado por sus
correligionarios. Los dignatarios del clero también eran valiosos porque
el Vaticano solía pagar cualquier precio para arrancarlos de las manos
de los infieles.
Cuando
llegaban los piratas, a menudo los pasajeros se quitaban sus buenos
ropajes y trataban de vestirse tan mal como fuese posible, con la
esperanza de que sus captores les restituyeran a sus familias a cambio
de un modesto rescate. Este esfuerzo resultaba inútil si los piratas
torturaban al capitán para sonsacarle información sobre los
pasajeros. También era común hacer que los hombres se desnudaran, para
buscar objetos de valor cosidos en la ropa, y ver si los circuncidados
judíos no estaban disfrazados de cristianos.
Si
los piratas iban cortos de esclavos en galeras, podían poner algunos de
sus cautivos a trabajar de inmediato, pero a los presos los colocaban
generalmente en la bodega para el viaje de regreso. Iban apiñados,
apenas podían moverse entre la suciedad, el mal olor y los parásitos, y
muchos morían antes de llegar a puerto.
A
su llegada al norte de África, era tradición que los cristianos
recientemente capturados desfilaran por las calles para que la gente
pudiera hacer burla de ellos y los niños cubrirlos de basura.
En
el mercado de esclavos, los hombres estaban obligados a brincar para
demostrar que no eran cojos, y los compradores a menudo querían
desnudarlos para ver si estaban sanos, lo cual también permitía evaluar
el valor sexual de hombres y mujeres; las concubinas blancas tenían un
gran valor, y todas las capitales esclavistas poseían una floreciente
red homosexual. Los compradores que esperaban hacer dinero rápido con un
gran rescate examinaban los lóbulos de las orejas para encontrar marcas
de perforación, lo cual era indicio de riqueza. También era habitual
examinar los dientes de un cautivo para ver si podía sobrevivir a un
régimen esclavista duro.
El
pachá o soberano de la región recibía un cierto porcentaje de los
esclavos como forma de impuesto sobre la renta. Estos eran casi siempre
hombres, y se convertían en propiedad del gobierno en lugar de ser
propiedad privada. A diferencia de los esclavos privados, que por lo
general embarcaban con sus amos, aquéllos vivían en bagnos, que
es como se llamaba a los almacenes de esclavos del pachá. Era común
afeitar la cabeza y la barba de los esclavos públicos como humillación
adicional, en un momento en que la cabeza y el vello facial eran una
parte importante de la identidad masculina.
La
mayoría de estos esclavos públicos pasaban el resto de sus vidas como
esclavos en galeras. Resulta difícil imaginar una existencia más
miserable. Los hombres eran encadenados tres, cuatro o cinco a cada
remo, y sus tobillos quedaban encadenados también juntos. Los remeros
nunca dejaban su bancada, y cuando se les permitía dormir, lo hacían en
ella. Los esclavos podían empujarse para llegar a hacer sus necesidades
en un agujero en el casco, pero a menudo estaban demasiado cansados o
desanimados para moverse y descargaban ahí donde estaban sentados. No
tenían ninguna protección contra el ardiente sol mediterráneo, y sus
amos les despellejaban las espaldas con el instrumento favorito del
negrero: el látigo. No había casi ninguna posibilidad de escape o
rescate, el trabajo de un galeote era el de matarse a trabajar —sobre
todo en las razias para capturar más miserables como él—, siendo
arrojados por la borda a la primera señal de enfermedad grave.
Cuando la flota pirata estaba en puerto, los galeotes vivían en el bagno
y hacían todo el trabajo sucio, peligroso o agotador que el Pachá les
ordenara hacer. Solían cortar y arrastrar piedras, dragar el puerto o
encargarse de las labores más penosas. Los esclavos que se encontraban
en la flota del sultán ruco ni siquiera tenían esa opción. A menudo
estaban en el mar durante meses seguidos y permanecían encadenados a los
remos incluso en el puerto. Sus barcos eran prisiones de por vida.
Otros
esclavos en la costa bereber tenían un trabajo más variado. A menudo
hacían el trabajo agrícola que asociamos a la esclavitud en Estados
Unidos, pero los que tenían habilidades eran alquilados por sus
dueños. Algunos de éstos simplemente aflojaban a sus esclavos durante la
jornada con orden de regresar con una cierta cantidad de dinero por la
noche, bajo la amenaza de ser golpeados brutalmente en caso de no
hacerlo. Los dueños esperaban normalmente una ganancia de un 20% sobre
el precio de compra. Hicieran lo que hiciesen, en Túnez y Trípoli los
esclavos llevaban un anillo de hierro alrededor de un tobillo y
arrastraban una pesada cadena de entre 11 y 14 kg.
Algunos
dueños ponían a sus esclavos blancos a trabajar las tierras muy lejos,
donde todavía se enfrentan a otra amenaza: una nueva captura y una nueva
esclavitud más en el interior. Estos desgraciados probablemente no
verían ya más a otro europeo en el resto de su corta vida.
El
profesor Davis señala que no existía ningún obstáculo a la crueldad:
"No había fuerza que pudiese proteger al esclavo de la violencia de su
amo, no existían leyes locales en contra de la crueldad, ni una opinión
pública benevolente, y raramente existía una presión efectiva por parte
de los Estados extranjeros".
Los esclavos blancos no sólo eran mercancías, sino también infieles, y merecían todo el sufrimiento infligido por sus dueños.
El profesor Davis señala que "todos los esclavos que, habiendo vivido en bagnos,
sobrevivieron para contar sus experiencias destacaban la crueldad y la
violencia endémica ahí practicada". El castigo favorito era el
azotamiento. Un esclavo podía recibir hasta 150 o 200 golpes, lo cual
podía dejarlo lisiado. La violencia sistemática convirtió a muchos
hombres en autómatas.
Los
esclavos cristianos eran a menudo tan abundantes y tan baratos que no
había ningún incentivo para cuidarlos. Muchos dueños les hacían trabajar
hasta morir y compraban otros para remplazarlos.
Los esclavos públicos también contribuían a un fondo para mantener a los sacerdotes en el bagno. Era
una época muy religiosa, e incluso en las condiciones más terribles los
hombres querían tener la oportunidad de confesarse, y, lo más
importante, de recibir la extremaunción. Había casi siempre un sacerdote
cautivo o dos en los bagnos, pero para estar disponible para sus
deberes religiosos, otros esclavos debían contribuir y comprarle su
tiempo al Pachá, por lo que a algunos esclavos en las galeras no les
quedaba nada para comprar comida o ropa. Sin embargo, durante ciertos
períodos, los europeos que vivían libres en las ciudades bereberes
contribuían a los gastos de mantenimiento de los sacerdotes de los bagnos.
Para
algunos, la esclavitud se convirtió en algo más que soportable. Ciertos
oficios, en particular, el de constructor naval, eran tan codiciados
que el dueño de un esclavo podía recompensarlo con una villa privada y
amantes. Incluso algunos residentes del bagno lograron sacar
partido de la hipocresía de la sociedad islámica y mejorar de tal modo
su condición. La ley prohibía estrictamente a los musulmanes el comercio
de alcohol, pero era más indulgente con los musulmanes que sólo lo
consumían. Los esclavos emprendedores establecieron tabernas en los bagnos, y algunos llegaban a tener una buena vida al servicio de los musulmanes bebedores.
Una
forma de aligerar la carga de la esclavitud era "tomar el turbante" y
convertirse al islam. Esto eximia del servicio en galeras, de los
trabajos más penosos y de alguna que otra faena impropia de un hijo del
profeta, pero no de ser esclavo. Uno de los trabajos de los sacerdotes
de los bagnos era evitar que los hombres desesperados se
convirtieran, pero la mayoría de esclavos no parecían necesitar el tal
consejo. Los cristianos creían que la conversión podría poner en peligro
sus almas, además de requerirse también el desagradable ritual de la
circuncisión de los adultos. Muchos esclavos parecían sufrir los
horrores de la esclavitud tratándolos como un castigo por sus pecados y
como una prueba a su fe. Los dueños les disuadían de la conversión, ya
que éstas limitaban el uso de los malos tratos y bajaban el valor de
reventa de un esclavo.
Para
los esclavos, resultaba imposible escapar. Estaban muy lejos de casa, a
menudo eran encadenados, y podían ser identificados de inmediato por
sus rasgos europeos. La única esperanza era el rescate. A veces la
suerte no tardaba en llegar. Si un grupo de piratas había capturado
tantos hombres como para no tener ya espacio bajo el puente, podía hacer
una incursión en una ciudad y luego regresar a los pocos días para
vender los cautivos a sus familias. Por lo general, ello se hacía a un
precio mucho menor que el de alguien que se rescataba desde África del
Norte, pero con todo era mucho más de lo que los agricultores se podían
permitir. Los agricultores generalmente no tenían liquidez, ni bienes al
margen de la casa y la tierra. Un comerciante estaba por lo general
preparado para comprarlos a un precio bajo, pero significaba que el
cautivo regresaba a una familia completamente arruinada.
La
mayoría de los esclavos dependían de La labor caritativa de los
trinitarios (orden fundada en Italia en 1193) y de los mercedarios
(fundada en España en 1203). Estas órdenes religiosas se establecieron
para liberar a los cruzados en poder de los musulmanes, pero pronto
cambiaron su trabajo por el de la liberación de los esclavos en poder de
los piratas berberiscos, recaudando dinero específicamente para esta
labor. A menudo ponían cajas de seguridad fuera de las iglesias con la
inscripción "por la recuperación de los pobres esclavos", y el clero
llamaba a los cristianos ricos a dejar dinero. Las dos órdenes se
convirtieron en hábiles negociadoras, y por lo general lograron comprar
esclavos a mejores precios que los obtenidos por libertadores sin
experiencia. Sin embargo, nunca hubo suficiente dinero para liberar a
muchos cautivos, y el profesor Davis estima que no más de un 3 o un 4%
de los esclavos fueron rescatados en un solo año. Esto significa que la
mayoría dejaron sus huesos en las tumbas anónimas de cristianos, fuera
de las murallas de la ciudad.
Las
órdenes religiosas llevaban cuentas exactas de los resultados
obtenidos. En el siglo XVII, los trinitarios españoles, por ejemplo,
llevaron a cabo 72 expediciones para el rescate de esclavos, con una
media de 220 liberaciones por cada
una de dichas expediciones. Era costumbre llevarse con ellos los
esclavos liberados y hacerlos caminar por las calles de la ciudad en las
grandes celebraciones. Estas procesiones, que tenían una profunda
connotación religiosa, se convirtieron en uno de los espectáculos
urbanos más característicos de la época. A veces los esclavos marchaban
en sus antiguos hábitos de esclavos para enfatizar los tormentos que
sufrieron; otras veces llevaban trajes blancos especiales para
simbolizar su renacimiento. Según los registros de la época, muchos
esclavos liberados no se reinsertaron por completo después de sus
vivencias, especialmente si habían pasado muchos años en cautiverio.
¿Cuántos esclavos?
El
profesor Davis señala que las numerosas investigaciones efectuadas han
logrado que se determine con la mayor precisión posible el número de
negros traídos a través del Atlántico, pero no existe ningún esfuerzo
similar para determinar la extensión de la esclavitud en el
Mediterráneo. No es fácil conseguir cifras fiables. Los árabes no suelen
conservar los archivos. Pero a lo largo de sus diez años de
investigación, el profesor Davis ha logrado desarrollar un método de
estimación.
Por
ejemplo, el registro indica que desde 1580 hasta 1680 hubo un promedio
de unos 35.000 esclavos en países berberiscos. Contando con la pérdida
constante a través de la muerte y del rescate, si la población se
mantuvo constante, entonces la tasa de captura de nuevos esclavos por
los piratas era igual a la tasa de desgaste. Hay una buena base para la
estimación de las tasas de mortalidad. Por ejemplo, sabemos que de los
cerca de 400 islandeses capturados en 1627, sólo hubo 70 supervivientes
ocho años después. Además de la desnutrición, el hacinamiento, el exceso
de trabajo, y los castigos brutales, los esclavos sufrieron epidemias
de peste, que por lo general eliminaban entre el 20 y el 30% de los
esclavos blancos.
A
través de diversas fuentes, el profesor Davis estima que la tasa de
mortalidad fue de aproximadamente un 20% al año. Los esclavos no tenían
acceso a las mujeres, por lo que la sustitución se realizaba
exclusivamente a través de las capturas.
Su
conclusión: entre 1530 y 1780 hubo, con casi total seguridad, un millón
y tal vez hasta millón y cuarto de cristianos blancos europeos
esclavizados por los musulmanes de la costa bereber. Esto supera con
creces la cifra generalmente aceptada de 800.000 africanos transportados
a las colonias de América del Norte y más tarde a los Estados Unidos.
El
profesor Davis explica que, a finales de 1700, se controló mejor este
comercio, pero hubo un renacimiento de la trata de esclavos blancos
durante el caos de las guerras napoleónicas.
La
flota norteamericana no quedó libre de la depredación. Fue sólo en
1815, después de dos guerras contra ellos, que los marinos
estadounidenses se libraron de los piratas berberiscos. Estas guerras
fueron importantes operaciones para la joven república; una campaña que
se recuerda en las estrofas de "a las orillas de Trípoli", en el himno
de la marina. Cuando los franceses tomaron Argel en 1830, todavía había
120 esclavos blancos en el bagno.
¿Por
qué hay tan poco interés por la esclavitud del Mediterráneo, mientras
que la erudición y la reflexión sobre la esclavitud negra nunca
termina? Como explica el profesor Davis, los esclavos blancos con dueños
no blancos simplemente no encajan en "la narrativa maestra del
imperialismo europeo." Los patrones de victimización tan queridos por
los intelectuales requieren de la maldad del blanco, no del sufrimiento
del blanco.
El
profesor Davis también señala que la experiencia europea de la
esclavitud a gran escala muestra el engaño en que consiste otro tema
favorito de la izquierda: que la esclavitud negra fue un paso crucial en
la creación de los conceptos europeos de raza y jerarquía racial.
No
es así. Desde hace siglos, los propios europeos han vivido con en el
miedo del látigo, y un gran número asistieron a procesiones celebradas
por el rescate de los esclavos liberados, todos los cuales eran
blancos. La esclavitud era un destino más fácilmente imaginable para
ellos mismos que para los lejanos africanos.
Fuente: elmanifiesto.com
El artículo me parece una apología de la ideología blanca, cristiana y euroculta, por más que diga que no pretende defenderla. Se queda corto en las cifras: Hay historiadores que hablan de entre 80 y 100 MILLONES de africanos esclavizados por los europeos. Además debe tenerse en cuenta las condiciones que resultaron de la esclavitud africana que perduran hasta nuestros días, que no fue igual que lo produjeron en Europa las incursiones islámicas. Esto no me parece más que un tiro por elevación para denostar a los musulmanes actuales y contribuir a la actual islamofobia.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
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ResponderEliminarPues sí, de acuerdo con el comentario anterior, apología etnocéntrica europea, tesis exculpatoria del esclavismo europeo, tendenciosidad islamófoba y confusionismo racista de ignorancia histórica: los piratas musulmanes en el Mediterráneo eran otomanos, turcos, y berberiscos, norteafricanos. Los musulmanes árabes son de Arabia. Turcos y bereberes no son árabes (convencida de que era una obviedad, pero parece que no...)
ResponderEliminarPor supuesto, y por otra parte, no se trata de exculpar las razias turcas en el Mediterraneo, sino de no sobreinterpretar la Historia como justificante de ideologías conflictivas de la actualidad