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domingo, 30 de julio de 2017

La "Grieta" en mayo de 1810

por Luis Horacio Yanicelli

Está de moda hablar de la “grieta” para señalar las diferencias “irreconciliables” entre posiciones políticas en la sociedad. En realidad lo que se describe - y a la vez justifica y promueve- son posiciones propias de culturas políticas autoritarias e intolerantes. Es natural que la gente piense distinto e incluso que las opiniones se polaricen y ello, lejos de ser motivo de enfrentamiento de negativas irreductibles frente al pensamiento diferente, en una cultura democrática es saludable y debe ser ejercida en un debate constructivo y enriquecedor. Todo pasa por no degradar moralmente al que piensa distinto y por el contrario, escuchar para refutar respetuosamente.



Siempre, en todos los tiempos, existieron intereses contrapuestos, esto es inevitable. Frente a ello hay dos caminos, saldarlos pacífica y respetuosamente o terminar resolviéndolos en los “Campos de Marte”. La primera alternativa es propia del pensamiento democrático en tanto la segunda, es el camino al que lleva la prepotencia, la intolerancia y el autoritarismo.

La Revolución de Mayo de 1810, fue iniciada por una minoría intelectual y económica que en forma decidida y en una clara oportunidad accionó para imponer sus ideales independentistas y liberales.

Como en todos el proceso independentista que vivió nuestro país es posible distinguir dos sectores, los colonialistas (llamados realistas) y los independentistas (llamados los patriotas). A su vez dentro de los primeros, estaban los absolutistas que pretendían la restauración de  Fernando VII como monarca con poder concentrado y los “liberales” que también pretendían la restauración del monarca mencionado pero con un poder limitado por un parlamento, es decir bajo el sistema de lo que entonces se denominaba “monarquía temperada”. Los independentistas americanos, si bien tenían en común la idea de modificar la relación que vinculaba a las colonias con España se expresaban en un arco que variaba de posiciones minimalistas a maximalistas frente a tal cuestión, que José Ingenieros en su artículo “Dos Filosofías Políticas” define como “progresistas” y “conservadores”.

Vicente Fidel Lopez, nos enseña que los que impulsaron los acontecimientos de la Semana de Mayo, no fueron las cabezas de las clases enriquecidas por el privilegio monopólico con España, sino que la crisis fue aprovechada por una clase constituida por jóvenes ilustrados con vocación revolucionaria, que en tiempos inmediatamente pretéritos al acontecimiento crítico indicado, ya venían analizando los caminos a seguir frente a la claudicación de la monarquía de la casa de los Borbon en favor de los franceses de Napoleón, considerada como la legítima de España.

Dice Ingenieros en el trabajo citado: “A la filosofía política de la monarquía feudal, fundada en el absolutismo por derecho divino y en la desigualdad de las clases, se opuso la filosofía política de la democracia, radicada en la soberanía popular toda autoridad legítima y prescindiendo de cualquier otro fundamento político o religioso.” 

Mariano Moreno, Belgrano y Castelli entre otros, constituyeron el núcleo de los revolucionarios más progresistas, que desde un principio concibieron a la revolución como un camino hacia a la independencia. Estos también fueron denominados “jacobinos” en referencia al grupo de la Revolución Francesa liderado por Robespierre, Danton, Saint Just, Marat entre los más destacados que desplegaron acciones fundamentalistas a extremo en dicha histórica revolución. Los tres mencionados volcaron su pensamiento en la Gaceta de Buenos Aires periódico mediante el cual difundieron su doctrina basada en las nuevas ideas. 

Los más conservadores se ubicaron al lado de Cornelio Saavedra y el Deán Gregorio Funes entre otros. 

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