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jueves, 7 de abril de 2016

Mictlán: el lugar de los muertos

En las culturas prehispánicas la muerte era abrazada con respeto y sin temor. Ésta se encontraba en su cosmogonía, filosofía, mitos y festividades. Su cultura y conocimiento giraba alrededor de la dualidad vida-muerte. Para ellos todo tenía su contraparte como un principio fundamental.



Se cree que la visión de dualidad inició con los períodos de lluvias y sequías. Con el agua todo florecía, mientras que sin ella todo se secaba. Los ciclos naturales les enseñaron que tras la sequía regresaba un período de florecimiento y este movimiento continuo explicaba, a su vez, la existencia de las noches y los días, de la vida y la muerte. Por esta razón, para que un habitante pudiera renacer a un lugar de completa armonía, debía morir y con esto librar una serie de obstáculos para ser digno del (cielo).

A Tlalocan, el cielo de Tláloc, llegaban las almas que perdieron su cuerpo por una muerte relacionada con el agua; se creía que para llegar a este sitio se debía atravesar un largo y peligroso camino que se dividía en el lugar de la culebra y el lugar del viento frío de navajas.

A Tonatiuhichan o la Casa del Sol llegaban quienes morían en la guerra y las madres que había perdido la vida en labor de parto. Los hombres y mujeres tenían destinados un lugar específico al momento de su muerte. Se creía que los guerreros muertos en combate o en sacrificio eran elegidos para acompañar al sol desde su nacimiento, por el Oriente, hasta el mediodía, y las mujeres muertas en parto (quienes eran consideradas guerreras por la lucha que tuvieron que sostener al dar a luz) eran elegidas para acompañar al Sol desde el mediodía hasta el atardecer. Pero sólo los hombres, al cabo de cuatro años de acompañar al astro rey en sus viajes diarios, se convertían en aves de rico plumaje para regresar así a la vida terrenal.

Tonatiuh
En lugar de los muertos comunes, aquellos que no morían en sacrificios o guerra, llegaban a Mictlán: el noveno piso del inframundo.

En la cultura prehispánica creían en Mictlán, que significaba para los antiguos mexicanos ‘En la región de los muertos’, era el sitio mitológico del más allá que consistía en nueve planos extendidos bajo la tierra y orientados hacia el Norte; allá iban todos los que fallecían de muerte natural; quien moría tenía que cumplir toda una serie de pruebas en compañía de un perro que era incinerado junto con el cadáver de su amo, al que encontraba y reconocía en Itzcuintlán; sólo si en vida se había tratado bien al animal, éste ayudaría a realizar el largo viaje a Mictlán; de no ser así, el cuerpo se quedaría eternamente en este sitio. Entre otras, las pruebas consistían en pasar por entre dos montes que chocaban uno con otro, atravesar un camino donde estaba una culebra, dejar atrás ocho páramos (lugares fríos y solitarios) y ocho collados (colinas o cerros) y desafiar un ‘fuerte’ viento. Transcurridos cuatro años en estos ‘caminos’, la ‘vida’ errante de los difuntos había terminado y podía atravesar un ancho y caudalosos río montado en su perro.

Una vez terminado el viaje, el muerto podía presentarse ante Mictlantecutli (Señor de la muerte) y Mictecacihuatl (Señora de la muerte). Estos dioses del Mictlán comparten la función de regir y administrar a los que han muerto. En este lugar de la muerte, según la mitología, no existían puertas y ventanas. El México antiguo no temblaba ante Mictlantecutli; lo hacía ante esa incertidumbre que es la vida del hombre, la llamaban Tezcatlipoca (los dos significados más aceptados para esta palabra son: Los brujos y Dios de la noche. Este dios representa la maldad y fue una de las deidades más temidas del México prehispánico).
mictlán

El Mictlán, al igual que toda su visión de vida, era concebido también de forma dual, como una caverna a través de la cual llegan los muertos; ésta también era el lugar del nacimiento de los hombres. De la creación de esta caverna se encargó, según la mitología náhuatl, Quetzalcoatl.
En “Los Antiguos Mexicanos”, libro de Miguel León Portilla, se cuenta la creación de la vida desde Mictlán:

“Y luego fue Quetzalocoatl al Mictlán, se acercó a Mictlantecuhtli y Mictlancíhuatl y en seguida les dijo: vengo en busca de los huesos preciosos que tú guardas, vengo a tomarlos y le dijo Mictlantecuhtli:
-“Que harás con ellos, Quetzalcoatl?
y una vez más dijo (Quetzalcoatl)
-Los dioses se preocupan porque alguien viva en la tierra.
Y respondió Mictlantecuhtli:
-Está bien, haz sonar mi caracol y da vuelta cuatro veces alrededor de mi círculo precioso”.
Pero cuando Quetzalcoatl recogió los huesos y se alejó, tropezó cayendo al suelo, donde se esparcieron los huesos. Cuando finalmente logró salir, los bañó con su sangre, a la vez que los dioses hicieron penitencia, logrando así el nacimiento de los humanos. A lo largo de la concepción azteca se repite el concepto dual de la creación y existencia, pues de los huesos de los muertos, nació la vida, pero a su muerte es allí, al círculo precioso, a donde deben regresar. Al librar todas las batallas, los señores de la muerte liberaban a los muertos de su “tonalli”, el alma, logrando así el descanso anhelado; recibían una grata compensación. Al caer la tarde, Tonatiuh bajaba a iluminar el Mictlán y todo era paz y calma.

Los aztecas honraban a sus muertos con bailes y ofrendas no de alimentos sino de joyas y flores. Ellos nunca creyeron que los muertos regresaban. Se sabe que el noveno mes del año de su calendario era dedicado a la fiesta de los muertos niños. Para ellos se realizaban ritos y festividades con los que se les recordaba y celebraba la muerte también como una forma de celebrar la vida.

Fuente: Planet of Aztecz

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