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sábado, 23 de abril de 2016

La amistad de San Martín y Belgrano

Gral. Manuel Belgrano
Hubo entre ambos próceres una verdadera amistad, que influyó positivamente en la historia nacional y en el logro de la independencia.
Hay, en realidad, vidas diferentes:

- San Martín vivió pocos años en América. Toda su formación la recibió en España; hijo de un militar, su propia vocación fue la milicia, y pasó su último cuarto de siglo en Europa, donde encuentra la muerte.

- Manuel Belgrano, en cambio nace en Buenos Aires y pasa en esa ciudad sus primeros dieciséis años, viajando luego a España para estudiar leyes y economía. Regresa al país, antes de 1810, y, salvo algún viaje ocasional, permanece en él hasta su muerte.

No obstante esas disimilitudes, hubo entre ellos un evidente paralelismo, hasta el punto de convertirlos a ambos en Padres de la Patria. Al escribir la vida de uno de ellos, no se puede omitir las relaciones que tuvo con el otro. Bartolomé Mitre, que escribió biografías de ambos, dedica el capítulo 24 de su Historia de Belgrano y de la independencia argentina, a describir sus relaciones con San Martín; a su vez, en el capítulo 4 de su Historia de San Martín y de la emancipación sudamericana, vuelve a tratar el tema. En total, la colaboración mutua se extendió por siete años, hasta la muerte de Belgrano.

Existe una coincidencia curiosa: los padres de ambos héroes frecuentaron el Convento de Santo Domingo en Buenos Aires. Don Juan de San Martín, desde su llegada de Yapeyú en 1781, ingresa con su esposa en la Tercera Orden, a la que pertenecía, desde 1754 -siendo aún soltero-, don Domingo Belgrano, padre de Manuel, ingresando más tarde -en 1760- su madre, doña Josefa González Casero.

Seguramente se conocieron los padres de los futuros líderes patriotas; baste citar el acta de la Hermandad Seglar del 19-6-1783, que constan las firmas, muy cerca la una de la otra, de don Domingo Belgrano y don Juan de San Martín; también se advierte la firma del Vicario de la Tercera Orden, don Juan Martín de Pueyrredón, padre del futuro Director Supremo del mismo nombre, que colaboró con el Libertador.

En los diez años que vivió Belgrano en España no tuvo oportunidad de conocer a San Martín, pues realizaron distintas actividades y frecuentaron diferentes lugares. Y para la época en que llega el Libertador a Buenos Aires (marzo de 1812), Belgrano viajó al noroeste para ocupar el cargo de General en Jefe del Ejército Auxiliar del Perú.

Según Mitre, fue don José Vicente Milá de la Roca quien los puso en contacto; dicho comerciante catalán acompañó a Belgrano como secretario en la expedición al Paraguay y sus referencias a San Martín pudieron ser decisivas para Belgrano. Augusto Barcia Trelles cree que San Martín pudo haber escrito a Belgrano para felicitarlo por las victorias de Tucumán y Salta, batallas que salvaron la revolución. La verdad es que no se conserva la primer carta de Belgrano, y no se conocen las que San Martín le escribió, pero por las de Belgrano podemos deducir parte de su contenido.

La primera que se conoce está fechada en Lagunillas, Alto Perú, el 25-9-1813; responde a una de San Martín en la que lo elogiaba y le recomienda el uso de la lanza y le envía un modelo. También le expresa que le había enviado un cuaderno con instrucciones sobre táctica militar.

Belgrano le contesta: “¡Ay! amigo mío. Y ¿qué concepto se ha formado Ud. de mí? Por casualidad o mejor diré, porque Dios ha querido, me hallo de General, sin saber en qué esfera estoy; no ha sido ésta mi carrera y ahora tengo que estudiar para medio desempeñarme y cada día veo más y más las dificultades de cumplir con esta terrible obligación”. Y termina: “crea Ud. que jamás me quitará el tiempo y me complacerá con su correspondencia, si gusta honrarme con ella y darme algunos de sus conocimientos para que pueda ser útil a la Patria, que es todo mi deseo, restituyéndole la paz y tranquilidad que tanto necesitamos”.

Después de la batalla de Tucumán, Belgrano había pedido al Gobierno que le enviaran a San Martín, pero el Segundo Triunvirato no aceptó; cuando accede, el 3 de diciembre, ya es demasiado tarde. El l de octubre, Belgrano es derrotado en Vilcapujio y, el 14 de noviembre ocurre el desastre de Ayohuma. El 17 de diciembre, le escribe a San Martín: “Mi amigo: no se cómo decir a Ud. lo bastante cuánto me alegro de la disposición del Gobierno para que venga de jefe del auxilio con que se trata de rehacer este desgraciado ejército”.

El 25 de diciembre, le remite otra carta, donde lo pone al tanto de la situación y termina: “En fin, mi amigo, hablaría más con Ud. si el tiempo me lo permitiera; empéñese Ud. en volar, si le es posible, con su auxilio, y en venir a ser no sólo mi amigo, sino maestro mío, mi compañero y mi jefe, si quiere”.

Gral. José de San Martín
El lugar y el día de su primer encuentro han dado lugar a polémicas. En 1973 el investigador Julio Arturo Benencia publicó un documentado trabajo en el que llega a la conclusión de que aquel histórico encuentro ocurrió el 17 de enero, al norte de la posta de Algarrobos -no en la posta de Yatasto, como se creía hasta entonces-, situada a cinco leguas al sur del río Juramento, aunque no es posible establecer con precisión el lugar ni la hora. En esa oportunidad, se conocieron los dos próceres y confirmaron la admiración y el respeto mutuo, que nunca desaparecería.

Belgrano creía que San Martín llegaba con la misión de reemplazarlo, pero aquél se había resistido por consideración al camarada. Esta actitud provocó una carta, del 10 de enero, de Gervasio Antonio de Posadas, entonces vocal, y futuro Director Supremo:

“Excelente será el desgraciado Belgrano, será igualmente acreedor a la gratitud eterna de sus compatriotas. Pero sobre todo, entra en nuestros intereses y lo exige el bien del país que por ahora cargue Ud. con esa cruz”. El decreto respectivo se firmó el 18 de enero y llegó a destino a fin de mes, cuando ambos ya se encontraban en Tucumán.

En esa ciudad, tuvo lugar una segunda entrevista, de mayor duración y también la última, ya que después no volverían a encontrarse. Pero su amistad quedó sellada para siempre.

El 29 de enero, Belgrano, en acto solemne, traspasa el mando del Ejército a San Martín, y queda al frente del Regimiento Nº 1, como subordinado suyo. El gobierno está dispuesto abrir juicio a Belgrano, por las derrotas de Vilcapujio y Ayohuma; San Martín sale en defensa de su amigo. En respuesta al ya Director Posadas, le manifiesta: “de ninguna manera es conveniente la separación de dicho brigadier de este ejército, en primer lugar porque no encuentro un oficial de bastante suficiencia y actividad que lo subrogue accidentalmente en el mando de su regimiento, ...ni quien me ayude a desempeñar las diferentes atenciones que me rodean, con el orden que deseo, e instruir a la oficialidad...”.

Ha dicho Mitre que páginas como éstas, son las que hacen la gloria de la humanidad; hay en ellas grandeza de alma de uno y otro y, al mismo tiempo, espontánea sencillez en la abnegación y en la generosidad recíproca.

El gobierno, sin embargo, desestimó el pedido de San Martín, y Belgrano tuvo que dejar Tucumán y viajar a Buenos Aires para ser procesado por segunda vez. Pese a todo, le manifiesta a Arenales: “Al fin he logrado que el ejército tenga un jefe de conocimientos y virtudes y digno del mayor y más distinguido aprecio; confieso a Ud. que estoy contentísimo con él, porque preveo un éxito feliz, después de tantos trabajos y penalidades”.

En carta del 6 de abril, Belgrano le comenta a su sucesor: “La guerra, allí, no sólo la ha de hacer Ud. con las armas, sino con la opinión, afianzándose siempre esta en las virtudes morales, cristianas y religiosas, pues los enemigos nos la han hecho llamándonos herejes. (...) no deje de implorar a N. Sra. de las Mercedes, nombrándola siempre nuestra Generala y no olvide los escapularios a la tropa. Deje Ud. que se rían; los efectos le resarcirán a Ud. de la risa de los mentecatos, que ven las cosas por encima”.

La última carta de Belgrano la dirige desde Loreto el 22 de mayo, preocupado por la salud de San Martín. Aquí se interrumpe la correspondencia; Belgrano bajó a Buenos Aires, donde su causa fue sobreseída, y al año siguiente enviado a Europa por Rivadavia, en misión diplomática. Mientras tanto, San Martín logra que se le nombre Gobernador Intendente de Cuyo, con el objeto de preparar su plan continental.

Cuando Rondeau, que había asumido la jefatura del Ejército del Norte, fue relevado por el desastre de Sipe Sipe, San Martín propuso a Belgrano, que ya había regresado de Europa: “éste es el más metódico de los que conozco en nuestra América; lleno de integridad y talento natural, no tendrá los conocimientos de un Moreau o Bonaparte en punto a milicia, pero créame Ud. que es el mejor que tenemos en América del Sur” (carta a Godoy Cruz, 12-3-1816).

Nombrado por el Congreso de Tucumán, Belgrano se hace cargo del mando, el 7 de agosto; aceptó porque sabía que eso significaba una estrecha colaboración con San Martín. Sigue atentamente los movimientos del Ejército libertador, que en la segunda quincena de enero de 1817 inicia su marcha hacia Chile. Con motivo del triunfo de Chacabuco, hace erigir en el Campo de la Victoria una pirámide, imitación de la de Mayo de Buenos Aires, monumento que refleja la amistad belgraniano-sanmartiniana.

En la última carta de Belgrano a San Martín, fechada en Pilar, Córdoba, el 17 de agosto de 1819, se alegra de que haya mejorado la salud del Libertador, mientras él, gravemente enfermo, delega el mando y regresa a Tucumán. A principios de 1820 vuelve a Buenos Aires, donde muere el 20 de junio.

Cuando San Martín, luego de renunciar al gobierno del Perú, en 1822, se embarca rumbo a Chile, destaca un autor que “el bergantín se llamaba Belgrano y si San Martín pensó en el espíritu de renunciamiento que había caracterizado a su difunto amigo, pudo seguramente reconocer, con melancólica satisfacción, que también él lo poseía”.

Fuentes
[1] Según datos extractados de: González O.P., Fr. Rubén. “San Martín y Belgrano. Una amistad histórica”; Revista del Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas”; Nº 61, octubre/diciembre 2000, pgs. 40/67
Instituto Nacional Sanmartiniano

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