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viernes, 19 de septiembre de 2014

Patriotas y Realistas en el Tucumán de 1812

Don Manuel Posse

El Cabildo de Tucumán, que se había pronunciado dos años atrás a favor de Buenos Aires en los sucesos de mayo de 1810, en el mes de agosto de 1812 se encontraba ante una grave disyuntiva. Sus miembros, en su mayoría pertenecían a la clase española, por ser hijos o nietos de peninsulares. Los españoles en sí, conformaban un grupo social privilegiado, nunca se habían sentido iguales a los criollos, aunque sus hijos ya lo fueran. Se consideraban depositarios de la tradición hispánica, señores de la tierra y tenían además pasión por su rey . 

Por todo ello, su situación era peligrosa: si las fuerzas realistas conquistaban Tucumán, mucho tendrían que explicar de su postura en 1810; pero si el Ejército del Norte se estancaba en la ciudad, no tendrían más que tomar partido a riesgo de ser considerados traidores al viejo régimen de gobierno. Sus vidas y fortunas pendían de un hilo y se vigilaban permanentemente las actividades que desplegaban. Así las cosas, era lógico suponer que optarían por un discreto status quo a efectos de comprometer lo menos posible sus intereses. Lo cierto es que, como señala la historiadora Elena Perilli de Colombres Garmendia, Belgrano ordenó que salieran de la ciudad, en los días previos a la batalla, aquellos españoles que pudieran ser sospechados de espías, tal el caso del Teniente Tesorero del Cabildo Manuel Antonio Pereyra, quién fue despachado junto a los demás europeos rumbo a Santiago del Estero.


Cuando se supo de la cercanía del ejército de Belgrano, el Teniente Gobernador, Francisco Ugarte solícito ofreció a Balcarce las armas de la ciudad, mientras el resto de los cabildantes comenzaban a empacar sus bagajes para retirarse junto a sus familias a la vecina provincia de Santiago del Estero. El único de ellos que se quedó y formó parte del ejército patrio fue Cayetano Aráoz, como lo consignó el propio Belgrano .
Doña Agueda Tejerina de Posse

En sí, fueron pocos los realistas que tuvieron la valentía de jugarse abiertamente por su rey.

El gallego don Manuel Posse, quién era el comerciante más acaudalado de la provincia, envió un convoy de carretas con alimentos y bastimentos en auxilio de las tropas realistas comandadas por Pío Tristán. Belgrano se enteró del hecho y ordenó tomar prisionero a Posse, quién debió ser fusilado de inmediato, sin embargo fue enviado a Córdoba, lugar de destino final del derrotado ejército patriota. Allí se resolvería su destino, aunque la decidida actuación de su mujer, doña Agueda Tejerina, dama patricia de gran predicamento en la ciudad, logró dar vuelta la opinión del general. Al perdonar la vida de don Manuel, se granjeó la simpatía de muchos, quienes valoraron ese gesto de magnanimidad, lo que constituyó un golpe político a su favor. Así Posse salvó su vida, aunque tuvo que pagar una cuantiosa suma para el sostenimiento de las fuerzas criollas.

Otro importante comerciante español, don Juan Ignacio Garmendia amigo personal de Tristán, fue más cauto y prefirió esperar el desenlace de los hechos en la ciudad, lo que por algún motivo se le permitió. Al punto que en la mañana de la batalla el general realista pagó a un aguatero para que le llevara una pipa de agua a casa de Garmendia, frente a la plaza de la ciudad, ya que quería darse un baño caliente antes del almuerzo . Tan seguro y ensoberbecido estaba el general realista de que Belgrano no le haría frente en Tucumán, que no tomó mínimas prevenciones, lo que terminaría siendo su perdición.

Gral. Bernabé Aráoz
Las divisiones entre patriotas y realistas eran muy marcadas en el seno mismo de las estirpes tucumanas. En el caso de los referidos Posse, mientras don Manuel, cabeza de la familia, era un activo partidario de la causa realista, no lo era así su mujer doña Agueda quién donó sus joyas y dio ingentes sumas de dinero en apoyo del Ejército del Norte. De sus hijos: Francisco y Simón apoyaban la postura paterna, mientras José Víctor y Vicente prestarían invalorables servicios a Manuel Belgrano y luego al General San Martín en sus estadías en Tucumán, cuando el ejército se acantonó en la Ciudadela. Uno de los vástagos menores del matrimonio, Luis, estuvo entre las tropas de reserva que quedaron en la ciudad el 24 de Septiembre.

En el caso de Garmendia, su mujer, doña María Elena Alurralde, al enterarse que Tristán pretendía almorzar en su casa, según tradición familiar exclamó: Además del baño le voy a preparar una horca, cuya cuerda y dogal serán trenzados con los cabellos de las tucumanas…

Posteriormente, tres de las hijas del matrimonio Garmendia Alurralde contraerían casamiento con oficiales de Belgrano, quién apadrinó la boda, la que se realizó en una sola ceremonia dadas las prisas del ejército. Destaco entre ellas a doña Crisanta Garmendia, quién casó con Jerónimo Helguera, integrante del círculo íntimo del general.

Otro caso conocido ocurrió en el seno de la familia Laguna Bazán. El cura Miguel Martín Laguna era un prestigioso sacerdote y hombre público, nacido a fines del Siglo XVIII. Durante los sucesos de mayo de 1810 fue un realista convencido, oponiéndose a la facción criolla. En 1812 Laguna apoyó decididamente a Pío Tristán mientras se acercaba con su ejército a Tucumán, lo que le costó quedar prisionero por orden de Belgrano. Como muchos sacerdotes de la época, creía que los rebeldes cultivaban filosofías anticatólicas y los combatía con vehemencia inusitada. De manera opuesta pensaba su hermano, el Dr. Nicolás Laguna, quien fue un patriota de la primera hora jugado a favor de la causa independentista. Cuando ocurrieron los sucesos de Mayo, desde el cabildo él propuso que se llamara a representantes de toda la provincia para discutir un sistema de gobierno representativo a los intereses generales.

Así las cosas, no existía mucho margen de acción entre los habitantes de ese pequeño núcleo poblacional que no llegaba a 6.000 almas. Fue por ello que el cabildo no apoyó abiertamente a las fuerzas españolas en marcha, ya que se arriesgaban a sufrir el escarnio público de la mayoría que se había declarado a favor de romper vínculos con España.

Queda imaginar el nerviosismo de aquellos tucumanos: la suerte había sido echada y sus destinos se encontraban ligados al éxito o al fracaso de la causa, con consecuencias probablemente dramáticas.

En sí, los partidarios de la revolución no podían tener muchas esperanzas en ese grupo desmoralizado y derrotado que comandaba un abogado sin experiencia militar y que las circunstancias lo habían convertido en General. ¿Cómo podría enfrentar a ese ejército profesional, que avanza prácticamente sin oposición desde el Alto Perú?

El Combate de Las Piedras vino a cambiar sustancialmente el cuadro de situación: de pronto la vanguardia realista había sufrido una humillante derrota, demostrando que no eran invencibles.

Seguramente ello dio esperanzas para aquellos que temían que si Tristán alcanzaba a Belgrano en Tucumán, lo inevitable sería una masacre, que liberaría a todos los demonios de una guerra que ya tocaba a sus puertas.

A estas alturas, queda claro que no fueron los cabildantes quienes fueron a conferenciar con el General Belgrano en el camino que ya tomaba hacia Córdoba. No eran los representantes del pueblo tucumano quienes le pidieron al general que se quedara a dar batalla en Tucumán. Muy por el contrario, quienes salieron al encuentro de Belgrano fueron las cabezas de la criolla familia de los Aráoz, comerciantes, clérigos y hacendados de gran ascendencia entre el pueblo llano de la provincia. Patrones de cientos de hombres rudos, fogueados en las faenas del campo, quienes trabajaban en sus fincas, especialmente en la zona de Monteros, donde tenían grandes extensiones de tierras.

Esa fue la fuerza real con la cual los tucumanos apoyaron al Ejército del Norte. La embajada, compuesta por Bernabé y Cayetano Aráoz, (que si bien ocupaba un lugar en el cabildo, no fue en su representación), su pariente, el cura Pedro Miguel Aráoz (luego congresal de nuestra Independencia, en 1816), y el oficial salteño Rudecindo Alvarado. Fueron ellos, como grupo representativo del sentir de la mayoría de comprovincianos, quienes lograron convencer a Belgrano, que existía una mínima esperanza. Era el lugar y el momento para jugarse el todo por el todo.

En aceptar el desafío, desafiar la orden de Buenos Aires y dar batalla estuvo la genialidad de Belgrano y esto marcó el destino de la patria naciente.
Mientras, muchos optaron por dejar sigilosamente la ciudad, en Septiembre de 1812, el pueblo llano de Tucumán, animado por sus líderes cívicos fue quién sostuvo al ejército patrio conduciéndolo a una improbable victoria.

Tenían tan poca fe en el General Belgrano y en el triunfo de sus armas, que con conocimiento y consentimiento de él, el gobernador Domingo García y D. Francisco Ugarte echaron en el pozo de sus respectivas casas una gran cantidad de plomo necesario para la fabricación de balas, que estaba en la maestranza pero que no se pudo llevar a Santiago del Estero, por su gran cantidad y peso. En honor a la verdad, García se ocupó de juntar provisiones para los soldados, pero estos sólo fueron hechos aislados . El Cabildo de Tucumán, como institución, no tuvo injerencia alguna en la prédica patriótica que inflamó los pechos y despertó el coraje con el cual Tucumán se convirtió en el sepulcro de la dominación hispánica.

Fuente: José María Posse. del libro "Tucumanos en la Batalla de Tucumán". Tucumán 2012

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