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sábado, 23 de agosto de 2014

"No todo tiempo pasado fue mejor. Los hijos de Belgrano"




Se suele decir, e incluso creer, que todo tiempo pasado fue mejor. Es común escuchar,  que la gente de antes  era mejor, mas buena.  Frecuentemente  escuchamos:  ¡esto antes no pasaba! o ¡Cada vez estamos peor, antes era otra cosa! Es decir, se afirma que vamos en un camino de descenso en lo que hace a lo moral. Y la verdad, estimado lector, que ese pensamiento es equivocado y no se compadece con la realidad.

Manuela Mónica
      Fijémonos en las relaciones de familia. En la cristiana Buenos Aires de fines del siglo XVIII y el siglo XIX, había varias clases de hijos. ¿Como?  Sí, leyó  bien.  Si el hijo era fruto de padres casados según la “Santa Madre Iglesia”, era legítimo. Si era hijo de una persona que estaba bajo el compromiso de votos religiosos, (cura o monja), se denominaba sacrílego. Pero si era hijo de persona casada con otra que no fuese el cónyuge legítimo, entonces era adulterino. También estaba la posibilidad de que fuese hijo de personas que no podían casarse en razón del vínculo de sangre, (hermanos, padres e hijos, etc.),  estos fueron los llamados incestuosos. Finalmente,  si eran hijos de padres solteros que no tenían impedimentos para estar casados, pero que por  cualquier razón no lo estaban, se denominaban naturales.

      Como se aprecia claramente de lo comentado, en la "paradisíaca y pía" sociedad de gente buena, cuyas casas eran servidas por esclavos que se compraban en el mercado con total naturalidad, como si fuesen electrodomésticos,  los hijos acarreaban el pecado de los padres.

     Pero hecha la ley, hecha la trampa. Estos estigmas que pesaban sobre los niños obviamente mortificaban espíritus sensatos, sensibles y amorosos. Y se crearon atajos para salvar estas monstruosas situaciones.

      Para el caso de los naturales, era posible remover esa mácula, mediante un recurso elevado al Consejo de Indias denominado “gracias al sacar”, incluso en el caso de que sus padres no se casaran. Eso si, no era para cualquiera dado su elevado costo. Pero muchas familias económicamente poderosas, desembolsaban lo necesario para legitimar su descendencia.

Pedro Pablo
       Ahora bien, en el caso de los adulterinos, incestuosos y sacrílegos, no había forma de legalizarlos, esos cargaban con la condena de por vida.  Salvo que, en la madrugada y debidamente arropado se le depositase en el atrio de la iglesia, con arreglo previo con el cura, donde este sorprendido lo encontraría y en ese mismo momento aparecería una pía dama, ( normalmente pariente de la madre o padre abandónico), que  accidentalmente iba a  la iglesia a escuchar la misa matinal y entonces,  conmovida por la desprotección de la tierna criatura en tales condiciones encontrada, resolvía tomarla en adopción.  Esos niños así “rescatados”  se denominaban  “hijos  de la iglesia”.

       Y este comentario viene a colación en nuestra columna de hoy en razón de que mucho tiene que ver con don Manuel Belgrano.

       Como se sabe, el creador de la bandera tuvo dos hijos, un varón y una niña, con distintas parejas.

María Josefa


       El primero, Pedro Pablo Rosas y Belgrano, fue fruto del amor con María Josefa Ezcurra, la que al momento de la concepción del niño, era casada con su primo español Juan Esteban Ezcurra, ausente de Buenos Aires desde junio de 1810. El niño fue concebido entre octubre y noviembre de 1812, durante el encuentro de los padres en Tucumán, es decir mas de dos años desde que el matrimonio Ezcurra-Ezcurra estaba fácticamente separado. Luego, el hijo no podía ser fruto de otra relación que no sea adulterina, es decir de la madre con una persona distinta de su marido. Para evitar esta mancha, y además, que el multimillonario Juan Esteban, ofendido por el adulterio de su mujer,  le quitara todos los cuantiosos bienes de la enorme fortuna dejada en Buenos Aires, se armó la escena de que el niño fuese encontrado en el atrio de una iglesia donde iba diariamente a rezar Encarnación Ezcurra, (mujer de Juan Manuel de Rosas y hermana de María Josefa). El niño fue adoptado por  el matrimonio Rosas-Ezcurra, y recién cuando Pedro Pablo  cumplió con la mayoría de edad, le fue informado por el Restaurador su verdadero origen.

   En cuanto a la hija que Belgrano tuvo con la tucumana Dolores Helguero, esta nació en fecha 4  mayo de 1819 y fue bautizada en la Iglesia Matriz de San Miguel de Tucumán en fecha 7 del mismo mes. Belgrano reconoce a su hija, en carta de fecha 22 de febrero de 1820, que remite al Cabildo tucumano, solicitándole ponga a nombre de la niña la propiedad que el tenía en la Ciudadela. En dicha carta, define a la niña como “hija natural”.

   Ahora bien, esto de los hijos naturales y legítimos y todo el otro parafernálico menú de opciones según la categoría de la relación de  los padres, era frecuente y por lo tanto se trataba de legislación usualmente empleada. Según un estudio realizado por Ricardo Lesser, en la Catedral de Buenos Aires, de cada cuatro bautismos formales, uno correspondía a “hijos  de la iglesia”.

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